jueves, 30 de septiembre de 2010

Que fácil es...

Cuentan que se produjo un gran cuchicheo en la Corte cuando Cristóbal Colón regresó a España después de haber descubierto lo que entonces se pensaba que era una nueva ruta para llegar a las Indias. Cada quién tenía su propia opinión sobre lo que había ocurrido y la diversidad de puntos de vista formaba el menú principal de las tertulias a media voz. Los más envidiosos y celosos no dudaban en afirmar que lo que había hecho Colón no era ninguna proeza, que en realidad no era difícil encontrar nuevas rutas en la inmensidad del mar.


En cierta ocasión, uno de ellos no tuvo reparo en dejarle saber su opinión al célebre Almirante, minimizando su hazaña al calificarla como algo muy fácil de realizar. Entonces, ante la extrañeza de todos, Colón pidió que le trajeran un huevo. Unos minutos después, Colón lo colocó sobre la mesa central y les preguntó:

- ¿Quién puede parar este huevo sobre la mesa sin que se caiga cuando lo suelte?

Varios lo intentaron, pero no había forma de colocar el huevo en posición vertical sin que inmediatamente cayera a un costado. Finalmente Colón tomó nuevamente el huevo, eligió uno de los extremos y con suavidad lo golpeó hasta que la cáscara se grietó y se aplanó ligeramente, sin que llegara a salir algo de su contenido. Entonces colocó el huevo en posición vertical sobre la mesa y allí permaneció inmóvil ante el asombro de todos. Dirigió su mirada hacia quién lo había interpelado y le dijo:

- Ahora todos ustedes serán capaces de hacerlo y de decir que es muy fácil. Pero hace un instante dijeron que era imposible. Lo difícil no es repetir lo que ya otra persona ha resuelto, lo difícil es idear la solución por primera vez, cuando todavía nadie ha resuelto el problema.

Cuántas veces hemos juzgado los logros y triunfos de los demás bajo la misma óptica de los envidiosos y celosos de esta historia. Cuántas veces hemos dejado de apreciar el esfuerzo de los demás cobijados en la excusa que es “muy fácil”. Verdaderamente es muy fácil criticar, es muy fácil decir a los demás cómo hay que hacer las cosas, es muy fácil decir que ya lo habíamos pensado o que ya lo sabíamos. El problema es justamente que “es muy fácil”, y por eso nunca lo hicimos nosotros mismos…


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miércoles, 29 de septiembre de 2010

Una lección de cortesía y urbanidad

En cierta ocasión Tomás Jefferson, quién entonces era presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, caminaba por una vía de la capital junto a un importante empresario. Mientras hablaban de diversos asuntos, un esclavo negro se cruzó con ellos y al reconocer al estadista lo saludó con gran cortesía. El presidente devolvió el saludo con mucha amabilidad y el empresario quedó sorprendido por el hecho, diciendo:


- Pero señor presidente, ¿Cómo es posible que usted se moleste siquiera en saludar a ese esclavo negro?

- ¿Cree usted – contestó Jefferson – que es bueno que un esclavo supere a un presidente en normas de cortesía y urbanidad?


En nuestra vida cotidiana ¿somos capaces de comportarnos como el presidente o más bien pensamos como el empresario?


¿Cuántas veces juzgamos y tratamos a los demás en función de nuestra posición económica, laboral y/o social?


¿Cuántas veces dejamos de saludar al que barre en la calle o el que maneja un autobús?


¿Cuántas veces vemos con desdén al peatón que se nos atraviesa?


¿Cuántas veces tratamos a conserjes y personal doméstico como seres inferiores?


¿Cuántas veces en el trabajo damos a nuestros superiores un mejor trato que el que ofrecemos a nuestros subordinados?


¿Cuántas veces nuestros amigos reciben más atención que nuestra pareja o nuestros hijos?


¿Cuántas veces…….?


¿Seremos capaces un día de tratar a todo el mundo por igual sin importar el dinero, la posición social, el color de la piel, la nacionalidad, su posición política y/o su fe religiosa?



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jueves, 23 de septiembre de 2010

El ciego y su futuro

Desde hacía mucho tiempo, un ciego venía sentándose en una concurrida plaza de la ciudad. Había perdido la vista en un accidente y al no poder seguir trabajando, se había dedicado a pedir limosna. Llegaba siempre a la misma hora, con una lata vacía y un viejo cartel de cartón que decía “ESTOY CIEGO, AYÚDEME POR FAVOR”. Lo que obtenía tras ocho horas sentado siempre en el mismo rincón apenas le alcanzaba para sobrevivir. Sin embargo encontraba cierto consuelo en las amenas conversaciones que en ocasiones se producían con quienes, en búsqueda de esparcimiento, transitaban aquella hermosa plaza.


Un día, uno de sus amigos se le acercó y comenzaron a hablar sobre su situación. El ciego se lamentó ya que nunca lograba llevar a casa más que unas pocas monedas y eso no alcanzaba para nada. El amigo se quedó en silencio y le dijo:

- En estos días leí que el famoso científico Albert Einstein escribió "Si haces lo que siempre has hecho, obtendrás los resultados que siempre has obtenido" – y tras una breve pausa continuó – Es posibles que tengas que hacer algo diferente para que mejoren las cosas.

Esa noche, al llegar a casa, el ciego no pudo dormir con tranquilidad pensando en aquello que le dijo su amigo. A la mañana siguiente se levantó temprano pero no fue para la plaza, sino que decidió visitar la carpintería de un vecino que se encontraba en la siguiente cuadra. En la tarde regresó a su casa con una sonrisa en el rostro y con una tabla pintada bajo el brazo.

- Mañana me irá mejor – expresó con entusiasmo a su esposa.

Al día siguiente vistió mejores ropas que de costumbre y emprendió el camino a la plaza. En lugar de sentarse en el mismo rincón de siempre, se ubicó en una vereda más transitada en la cual no había sombra. De inmediato se empezaron a sentir los cambios.

Una semana más tarde pasó nuevamente su amigo y lo primero que observó fue que la vieja lata estaba mucho más llena que de costumbre. Luego vio el nuevo cartel que decía “HOY ES BONITO DÍA, Y NO PUEDO VERLO". Finalmente le dijo:

- Veo que hoy te va mucho mejor, tú estás mucho mejor arreglado y tu cartel está espectacular, pero ¿porqué te pusiste aquí en el sol en lugar de colocarte bajo una buena sombra?

- Tu me lo dijiste “Si hago siempre lo mismo, obtendré siempre el mismo resultado”. Este nuevo cartel llama más la atención, es más bonito y el mensaje es más optimista. Con respecto a mantenerme aquí bajo el sol, es una forma de mostrar a las personas que pasan que estoy dispuesto a hacer un sacrificio adicional para obtener su ayuda. Cuando escucho que se me acercan los niños les narro algún cuento bonito y sus padres siempre lo agradecen con un aporte mayor. Uno de ellos me contrató para que asistiera a una reunión con la finalidad de entretener con mis historias a los hijos de los presentes. Ya voy a mandar a hacer otros carteles con las ideas que se me están ocurriendo…


Cuántas veces nosotros nos quejamos por que siempre es lo mismo, por que siempre obtenemos los mismos resultados, por que nunca nos va mejor. No culpemos a los demás por eso. Es muy posible que seamos nosotros los que tengamos que hacer pequeños cambios en nuestras rutinas, en nuestra manera de actuar y de hacer las cosas para que se produzcan importantes cambios en nuestra vida. ¿Cuántas veces nosotros no somos los ciegos?


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martes, 14 de septiembre de 2010

El valor del trabajo

Varios cuentos han circulado por Internet con diferentes versiones de esta historia. Unos hablan de un hombre que arregla una imprenta, otros de un técnico de computación que “salva” un disco duro importantísimo para una empresa, y así sucesivamente. A mí me gusta esta versión que sin ser tan espectacular, al parecer ocurrió en la vida real hace ya muchos, muchos años:

Cuando el pintor norteamericano James Abbott McNeal Whistler (1834-1903) gozaba ya de renombre, un ricachón le encargó su retrato. Antes de iniciar el trabajo acordaron un precio que era bastante alto, pues Whistler ya era un artista muy cotizado. Se le describía como “el maestro de las armonías cromáticas”, debido a su clara tendencia impresionista. El artista terminó el retrato en tres días, pero su cliente se negó a pagar la considerable suma acordada, alegando que era una retribución excesiva por solo tres días de trabajo. Al no llegar a un acuerdo tuvieron que presentarse en los tribunales. Tras escuchar la acusación contra el pintor, el juez le preguntó a Whistler cuánto tiempo le había llevado hacer el retrato, y él contestó sin titubear: “He tardado tres días en pintarlo y toda una vida en llegar a poder pintarlo en tres días, Señor Juez”. Al terminar con los alegatos se presentó la sentencia a favor de Whistler y naturalmente el ricachón tuvo que pagar el cuadro y todos los costos del juicio.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Siempre vales lo mismo.

Un adolescente estaba pasando por momentos muy duros. En su casa reinaba la discordia, su padre no dejaba de criticarlo por cualquier cosa y su madre, por miedo a mayores enfrentamientos, no tomaba partido en esos asuntos. Los hermanos tampoco lo trataban bien. Se burlaban de su apariencia, de los granos en su cara, de su forma torpe de andar y de su tono de voz que por estar cambiando parecía más bien de gallos de media noche. Nadie lo tomaba en cuenta, por lo que se sentía despreciable y su autoestima estaba por los suelos.

Esta situación empezó afectar también su rendimiento en el colegio. Ya no prestaba atención en clase, no hacía sus tareas y reprobaba la mayor parte de los exámenes. Lo peor fue que como su actitud había cambiado, sus propios amigos de toda la vida empezaron a darle la espalda, a criticarlo y a burlarse de él. Sólo se le acercaban quienes tenían la peor conducta del salón.

Un profesor en particular venía observándolo desde hacía un tiempo y finalmente decidió actuar. Al terminar una clase le pidió que se quedara. De mala gana se sentó en la primera fila mientras sus compañeros alborotados salían riéndose de él ya que suponían que iba a ser castigado o por lo menos reprendido. Un breve silencio generó un poco de tensión entre el profesor y el joven. Entonces, lentamente el profesor sacó un billete de 100 Dólares tan nuevo que todavía no había sido doblado por primera vez. Los ojos de su alumno empezaron a brillar, al tanto que el profesor le decía

- ¿Lo quieres?, ¿quieres que te de este billete?

- Si – respondió el joven con voz baja y dubitativa

- Tómalo, es tuyo

Pero cuando el joven se levantó de su asiento para tomar el billete, el profesor continuó:

- Espera un momento, déjame hacer esto – dijo mientras arrugaba todo el billete una y otra vez – Ahora si es tuyo, ¿todavía lo quieres?

- Claro que lo quiero – contestó el joven con cara de extrañeza.

- Se me olvidaba algo – replicó el maestro mientras dejaba caer el billete para pisotearlo una y otra vez con sus viejos zapatos ya gastados – Creo que así estará mejor, ¿todavía lo quieres? – dijo finalmente mientras lo recogía del piso.

- Por supuesto – dijo el joven con una media sonrisa esbozada en su rostro.

- Ah, casi se me olvida lo más importante – volvió a interrumpir el maestro – Mira lo que hago ahora.

Y ante la mirada de asombro de su alumno comenzó a escupir el billete una y otra vez hasta que tuvo un aspecto baboso y desagradable. Finalmente lo tomó con mucho cuidado por una esquinita y levantándolo en dirección a su alumno le dijo:

- Ahora si es tuyo, ¿Todavía lo quieres?

- Si, por supuesto que lo quiero – contestó con voz fuerte y gran determinación.

- ¿Pero, porqué lo quieres si está todo arrugado, pisoteado y hasta escupido?

- Por qué a pesar de todo siguen siendo cien dólares – contestó de inmediato el joven.

- Has aprendido bien la lección, ahora aplícala a tu vida – y ante la súbita expresión de incomprensión en la cara del joven, continuó - Al igual que el billete, cada uno de nosotros tiene un valor que nadie nos puede arrebatar. Tu valor como persona, como ser humano, como hijo de Dios, no va a cambiar si otras personas te maltratan, te humillan, te desprecian o te agreden. Sin importar lo que te hagan o lo que otros piensen de ti, tu valor seguirá siendo siempre el mismo. Ahora bien, depende exclusivamente de ti que te des cuenta de todo lo que en realidad vales, de todos los dones que tienes, de toda la energía positiva que vive dentro de ti, de toda la capacidad que tienes para dar y amar. Para ello no le prestes atención a las opiniones necias y desfavorables de quienes te rodean. Un día despertarás y te darás cuenta que en realidad tu vida es invalorable.

El profesor continuó hablando sobre todas las virtudes y aspectos positivos que él veía en su alumno. La cara del joven había cambiado por completo, su postura encorvada se había enderezado, sus ojos volvían a brillar y repentinamente se paró, dio las gracias y se dispuso a salir del salón con la actitud de quién está dispuesto a conquistar el mundo. Pero la lección todavía no terminaba. El profesor le dijo:

- Espera un momento, toma, llévate el billete sólo para que lo guardes y puedas recordar cuánto vales cada vez que te sientas atacado o deprimido. Pero hay una condición: debes prometerme que la semana que viene me entregarás otro billete completamente nuevo de la misma denominación, así podré enseñarle esta misma lección a otros de tus compañeros que también la necesitan.

 
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