lunes, 29 de noviembre de 2010

Los tres albañiles

El joven llevaba tiempo hablando solo, mientras el sabio lo miraba pacientemente:

- En casa, cada uno me proponen que estudie una profesión diferente: Mi papá me dice que sea medicina para que herede su consultorio, mi mamá propone arquitectura o ingeniería para que trabaje con mi tío, mi abuela quiere que sea militar como lo fue mi abuelo. En el colegio también nos tienen bombardeados de opciones y tengo que decidir dentro de muy pocos días para conseguir cupo en la universidad.

Tras un breve silencio el joven concluyó:

- Sé que es una decisión muy importante para mi futuro, pero la verdad es que no sé con cual de esas profesiones voy a ser feliz en la vida.

El sabio se llevó la taza de té a la boca y luego, con voz suave pero firme, le dijo:

- Querido amigo, ninguna de esas profesiones te va a ser feliz.

- ¿Cómo? – repuso de inmediato el joven – Claro que sí, y es una elección muy importante y muy difícil.

- Si, si, pero escucha primero esto que me ocurrió hace ya cierto tiempo:
En cierta ocasión fui al pueblo donde vive mi hermana. En el terreno junto a su casa estaban construyendo una edificación un poco más grande de lo habitual, así que un día me acerqué y vi a un albañil recostado debajo de una mata. Me dirigí hacia él y le pregunté lo que hacía:
- Estoy aquí descansando, hace mucho calor, los bloques están muy pesados y me duele la espalda. No veo la hora que termine mi turno para salir de esta pesadilla.
Seguí caminando, me paré junto a otro albañil que trabajaba apilando bloques en una pared y le hice la misma pregunta. Él me respondió: 
- Aquí estoy, ganándome el sustento diario para llevarle comida a mi esposa y mis hijos. No puedo quejarme, aquí voy a tener trabajo por un buen tiempo.
Tras despedirme me aparté un poco y vi que en el tejado había otro albañil que hacía equilibrios para sujetar una pesada viga. Cuando terminó, alcé la voz y también le pregunté lo que hacía. Con una sonrisa en la cara y un gran entusiasmo me dijo:
- ¡Estoy construyendo una escuela para nuestros niños!, será la más bella escuela de todo vecindario y cuando nuestros muchachos estudien aquí serán el orgullo de nuestro país.
Los tres albañiles hacían básicamente el mismo trabajo y por el mismo salario, pero había una gran diferencia entre ellos: el primero odiaba lo que hacía; el segundo era indiferente y lo hacía como una obligación para su sustento; en cambio que el tercero no solo amaba lo que hacía, sino que era capaz de proyectar su trabajo y su esfuerzo hacia la sociedad y el bien común.
Tras un breve silencio, el sabio se inclinó hacia el muchacho diciéndole

- Volviendo al tema que nos atañe, mi estimado jovencito, ciertamente la decisión que tienes que tomar es importante y también difícil, pero debes recordar que no es la profesión que tú elijas la que te hará feliz en la vida, sino la actitud que tú tomes frente al trabajo que te toque hacer. No importa si se trata de medicina, leyes, ingeniería o administración, en todas esas profesiones existen tres tipos de personas que, al igual que los albañiles, decidirán con su actitud si acercarán o alejarán la felicidad de sus vidas.

La felicidad no es un destino o una meta que debe alcanzarse, la felicidad es el camino y debe disfrutarse día a día. Ser feliz es una decisión y una actitud frente a la vida.



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jueves, 11 de noviembre de 2010

El héroe del día

En una cena de una escuela de niños con capacidades especiales, el padre de un estudiante pronunció un discurso que nunca Será olvidado por las personas que lo escucharon.

Después de felicitar y exaltar a la escuela y a todos los que trabajan en ella, este padre hizo una pregunta:

Cuando no hay agentes externos que interfieran con la naturaleza, el orden natural de las cosas alcanza la perfección. Pero mi hijo, Herbert, no puede aprender como otros niños lo hacen. No puede entender las cosas como otros niños. ¿Donde está el orden natural de las cosas en mi hijo?

La audiencia quedó impactada por la pregunta.

El padre del niño Continuó diciendo: 'Yo creo que cuando un niño como Herbert, física y mentalmente discapacitado viene al mundo, una oportunidad de ver la naturaleza humana se presenta, y se manifiesta en la forma en la que otras personas tratan a ese niño'.

Entonces contó que un día caminaba con su hijo Herbert cerca de un parque donde algunos niños jugaban baseball. Herbert le preguntó a su padre:

- ¿Crees que me dejen jugar?

Su padre sabía que a la mayoría de los niños no les gustaría que alguien como Herbert jugara en su equipo, pero el padre también entendió que si le permitían jugar a su hijo, le darían un sentido de pertenencia muy necesario y la confianza de ser aceptado por otros a pesar de sus habilidades especiales.

El padre de Herbert se acercó a uno de los niños que estaban jugando y le preguntó, sin mucha esperanza, si Herbert podría jugar.

El niño miró alrededor por alguien que lo aconsejara y le dijo:

- Estamos perdiendo por seis carreras y el juego esta en la octava entrada. Supongo que puede unirse a nuestro equipo y trataremos de ponerlo al bate en la novena entrada'.

Herbert se desplazó con dificultad hasta la banca y con una amplia sonrisa, se puso la camisa del equipo mientras su padre lo contemplaba con lágrimas en los ojos por la emoción. Los otros niños vieron la felicidad del padre cuando su hijo era aceptado.

Al final de la octava entrada, el equipo de Herbert logró anotar algunas carreras pero aún estaban detrás en el marcador por tres.

Al inicio de la novena entrada, Herbert se puso un guante y jugó en el jardín derecho.

Aunque ninguna pelota llegó a Herbert, estaba obviamente extasiado solo por estar en el juego y en el campo, sonriendo de oreja a oreja, mientras su padre lo animaba desde las graderías.

Al final de la novena entrada, el equipo de Herbert anoto de nuevo. Ahora, con dos outs y las bases llenas, la carrera para obtener el triunfo era una posibilidad y Herbert era el siguiente en batear.

Con esta oportunidad, ¿dejarían a Herbert batear y renunciar a la posibilidad de ganar el juego? Sorprendentemente, Herbert estaba al bate.

Todos sabían que un solo hit era imposible por que Herbert no sabía ni como agarrar el bate correctamente, mucho menos pegarle a la bola.

Sin embargo, mientras Herbert se paraba sobre la base, el pitcher, reconoció que el otro equipo estaba dispuesto a perder para permitirle a Herbert un gran momento en su vida, se movió unos pasos al frente y tiro la bola muy suavemente para que Herbert pudiera al menos hacer contacto con ella.

El primer tiro llegó y Herbert abanicó torpemente y falló.

El pitcher de nuevo se adelantó unos pasos para tirar la bola suavemente hacia el bateador. Cuando el tiro se realizó Herbert abanicó y golpeó la bola suavemente justo enfrente del pitcher.

El juego podría haber terminado. El pitcher podría haber recogido la bola y haberla tirado a primera base. Herbert hubiera quedado fuera y habría sido el final del juego. Pero, el pitcher tiró la bola sobre la cabeza del niño en primera base, fuera del alcance del resto de sus compañeros de equipo.

Todos desde las graderías y los jugadores de ambos equipos empezaron a gritar:

- Herbert corre a primera base, corre a primera'

Nunca en su vida Herbert había corrido esa distancia, pero logró llegar a primera base. Corrió justo sobre la línea, sobresaltado y con los ojos muy abiertos.

Todos gritaban:

- ¡Corre a segunda!

Recobrando el aliento, Herbert con dificultad corrió hacia la segunda base. Para el momento en que Herbert llegó a segunda base el niño del jardín derecho tenía la bola. Era el niño más pequeño en su equipo y que sabía que tenía la oportunidad de ser el héroe del día. El podía haber tirado la bola a segunda base, pero entendió las intenciones del pitcher y tiro la bola alto, sobre la cabeza del niño en tercera base.

Herbert corrió a tercera base mientras que los corredores delante de el hicieron un circulo alrededor de la base. Cuando Herbert llegó a tercera, los niños de ambos equipos, y los espectadores, estaban de pie gritando:

- ¡Corre a home, corre!

Herbert corrió al home, se paró en la base y fue vitoreado como el héroe que bateó el grand slam y ganó el juego para su equipo.

- Ese día, - dijo el padre con lágrimas bajando por su rostro - los niños de ambos equipos ayudaron dándole a este mundo un trozo de verdadero amor y humanismo.

Herbert no sobrevivió otro verano. Murió ese invierno, sin olvidar nunca haber sido el héroe y haber hecho a su padre muy feliz, haber llegado a casa y ver a su madre llorando de felicidad y ¡abrazando a su héroe del día!


Esta historia de la vida real que desde hace ya tiempo circula por Internet, nos recuerda aquellas palabras de Jesucristo cuando decía "dejad que los niños vengan a mi ya que de ellos es el reino de los cielos". Uno se pregunta ¿cuántas veces los adultos nos negamos a reaccionar de la misma manera cuando estamos ante una persona en desventaja? Y la pregunta no tiene que ver con casos extremos como el del niño de la historia, sino con personas normales muy parecidas a uno que por una u otra razón no tuvieron las mismas oportunidades, que ejercen oficios menos "importantes" que el nuestro, que ganan menos, que pertenecen a otro estrato social. Basta ver la manera con que muchos tratan al que barre las calles, al portero, a la recepcionista, a un subalterno, etc.
El niño murió pensando y sintiéndose un héroe, aunque los verdaderos héroes fueron todos los otros niños, los que lo dejaron jugar sabiendo que con ello no tenían oportunidad de ganar, y también los que tenían la victoria segura y la dejaron pasar para brindarle a Herbert la oportunidad de su vida.


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