martes, 14 de diciembre de 2010

El maestro y el alacrán

Por el sendero de un hermoso bosque, el viejo maestro caminaba en silencio junto a su joven discípulo. Al llegar a un riachuelo, divisaron cerca de la orilla a un escorpión que había caído al agua y luchaba por su vida. El maestro se acercó, alargó su brazo y tomó el animal para sacarlo del agua, pero de inmediato el escorpión lo picó. El dolor fue grande y al sacudir la mano, el maestro dejó caer al escorpión al agua.

Sin pensarlo dos veces, el maestro se volvió sumergir su mano en el agua para salvar al alacrán, pero una vez más el alacrán lo picó y luego cayó al riachuelo. Tras frotarse la segunda herida, el maestro se agachó nuevamente, pero justo antes de introducir su mano en el agua, su discípulo lo detuvo tomándolo por el hombro.

- ¡Pero maestro, no vuelva a agarrar al alacrán, lo va a picar otra vez!, además, ¿cuál es su empeño en salvar a ese animal tan malvado?

- Querido amigo – respondió el maestro con voz calmada – El alacrán me ha picado porque eso está en su naturaleza. Sin importar cuales sean las circunstancias, su instinto será siempre el de defenderse picando a cualquier otro animal que se le acerque. En cambio, yo estoy llamado a amar a la naturaleza, por lo tanto a tratar de salvarlo, porque eso está en mi naturaleza. Muy mal haría yo en dejarme influenciar por su naturaleza, dejando la mía de lado; en renunciar a hacer el bien solamente porque a otro no le gusta o no está de acuerdo; en comportarme de maneras distintas según las circunstancias en lugar de ser siempre auténtico.

El maestro volvió a agacharse, tomó una hoja que pasaba flotando y con ella levantó por tercera vez al alacrán para salvarle la vida.

Esta enseñanza no se refiere solamente a grandes y heroicos actos como salvar o no la vida de otros, sino también a simples y cotidianas actitudes ¿Cuántas veces dejamos que el comportamiento negativo o inapropiado de quien tenemos en frente dicte nuestra manera de ser? ¿Cuántas veces dejamos de saludar a un vecino, a un conserje, a un compañero de trabajo, al cajero del banco o del automercado por el simple hecho que esa persona habitualmente no devuelve los saludos? ¿Cuántas veces no sonreímos a quienes se cruzan por nuestro camino por miedo a no ser correspondidos? ¿Cuántas veces…tantas cosas...?

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lunes, 29 de noviembre de 2010

Los tres albañiles

El joven llevaba tiempo hablando solo, mientras el sabio lo miraba pacientemente:

- En casa, cada uno me proponen que estudie una profesión diferente: Mi papá me dice que sea medicina para que herede su consultorio, mi mamá propone arquitectura o ingeniería para que trabaje con mi tío, mi abuela quiere que sea militar como lo fue mi abuelo. En el colegio también nos tienen bombardeados de opciones y tengo que decidir dentro de muy pocos días para conseguir cupo en la universidad.

Tras un breve silencio el joven concluyó:

- Sé que es una decisión muy importante para mi futuro, pero la verdad es que no sé con cual de esas profesiones voy a ser feliz en la vida.

El sabio se llevó la taza de té a la boca y luego, con voz suave pero firme, le dijo:

- Querido amigo, ninguna de esas profesiones te va a ser feliz.

- ¿Cómo? – repuso de inmediato el joven – Claro que sí, y es una elección muy importante y muy difícil.

- Si, si, pero escucha primero esto que me ocurrió hace ya cierto tiempo:
En cierta ocasión fui al pueblo donde vive mi hermana. En el terreno junto a su casa estaban construyendo una edificación un poco más grande de lo habitual, así que un día me acerqué y vi a un albañil recostado debajo de una mata. Me dirigí hacia él y le pregunté lo que hacía:
- Estoy aquí descansando, hace mucho calor, los bloques están muy pesados y me duele la espalda. No veo la hora que termine mi turno para salir de esta pesadilla.
Seguí caminando, me paré junto a otro albañil que trabajaba apilando bloques en una pared y le hice la misma pregunta. Él me respondió: 
- Aquí estoy, ganándome el sustento diario para llevarle comida a mi esposa y mis hijos. No puedo quejarme, aquí voy a tener trabajo por un buen tiempo.
Tras despedirme me aparté un poco y vi que en el tejado había otro albañil que hacía equilibrios para sujetar una pesada viga. Cuando terminó, alcé la voz y también le pregunté lo que hacía. Con una sonrisa en la cara y un gran entusiasmo me dijo:
- ¡Estoy construyendo una escuela para nuestros niños!, será la más bella escuela de todo vecindario y cuando nuestros muchachos estudien aquí serán el orgullo de nuestro país.
Los tres albañiles hacían básicamente el mismo trabajo y por el mismo salario, pero había una gran diferencia entre ellos: el primero odiaba lo que hacía; el segundo era indiferente y lo hacía como una obligación para su sustento; en cambio que el tercero no solo amaba lo que hacía, sino que era capaz de proyectar su trabajo y su esfuerzo hacia la sociedad y el bien común.
Tras un breve silencio, el sabio se inclinó hacia el muchacho diciéndole

- Volviendo al tema que nos atañe, mi estimado jovencito, ciertamente la decisión que tienes que tomar es importante y también difícil, pero debes recordar que no es la profesión que tú elijas la que te hará feliz en la vida, sino la actitud que tú tomes frente al trabajo que te toque hacer. No importa si se trata de medicina, leyes, ingeniería o administración, en todas esas profesiones existen tres tipos de personas que, al igual que los albañiles, decidirán con su actitud si acercarán o alejarán la felicidad de sus vidas.

La felicidad no es un destino o una meta que debe alcanzarse, la felicidad es el camino y debe disfrutarse día a día. Ser feliz es una decisión y una actitud frente a la vida.



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jueves, 11 de noviembre de 2010

El héroe del día

En una cena de una escuela de niños con capacidades especiales, el padre de un estudiante pronunció un discurso que nunca Será olvidado por las personas que lo escucharon.

Después de felicitar y exaltar a la escuela y a todos los que trabajan en ella, este padre hizo una pregunta:

Cuando no hay agentes externos que interfieran con la naturaleza, el orden natural de las cosas alcanza la perfección. Pero mi hijo, Herbert, no puede aprender como otros niños lo hacen. No puede entender las cosas como otros niños. ¿Donde está el orden natural de las cosas en mi hijo?

La audiencia quedó impactada por la pregunta.

El padre del niño Continuó diciendo: 'Yo creo que cuando un niño como Herbert, física y mentalmente discapacitado viene al mundo, una oportunidad de ver la naturaleza humana se presenta, y se manifiesta en la forma en la que otras personas tratan a ese niño'.

Entonces contó que un día caminaba con su hijo Herbert cerca de un parque donde algunos niños jugaban baseball. Herbert le preguntó a su padre:

- ¿Crees que me dejen jugar?

Su padre sabía que a la mayoría de los niños no les gustaría que alguien como Herbert jugara en su equipo, pero el padre también entendió que si le permitían jugar a su hijo, le darían un sentido de pertenencia muy necesario y la confianza de ser aceptado por otros a pesar de sus habilidades especiales.

El padre de Herbert se acercó a uno de los niños que estaban jugando y le preguntó, sin mucha esperanza, si Herbert podría jugar.

El niño miró alrededor por alguien que lo aconsejara y le dijo:

- Estamos perdiendo por seis carreras y el juego esta en la octava entrada. Supongo que puede unirse a nuestro equipo y trataremos de ponerlo al bate en la novena entrada'.

Herbert se desplazó con dificultad hasta la banca y con una amplia sonrisa, se puso la camisa del equipo mientras su padre lo contemplaba con lágrimas en los ojos por la emoción. Los otros niños vieron la felicidad del padre cuando su hijo era aceptado.

Al final de la octava entrada, el equipo de Herbert logró anotar algunas carreras pero aún estaban detrás en el marcador por tres.

Al inicio de la novena entrada, Herbert se puso un guante y jugó en el jardín derecho.

Aunque ninguna pelota llegó a Herbert, estaba obviamente extasiado solo por estar en el juego y en el campo, sonriendo de oreja a oreja, mientras su padre lo animaba desde las graderías.

Al final de la novena entrada, el equipo de Herbert anoto de nuevo. Ahora, con dos outs y las bases llenas, la carrera para obtener el triunfo era una posibilidad y Herbert era el siguiente en batear.

Con esta oportunidad, ¿dejarían a Herbert batear y renunciar a la posibilidad de ganar el juego? Sorprendentemente, Herbert estaba al bate.

Todos sabían que un solo hit era imposible por que Herbert no sabía ni como agarrar el bate correctamente, mucho menos pegarle a la bola.

Sin embargo, mientras Herbert se paraba sobre la base, el pitcher, reconoció que el otro equipo estaba dispuesto a perder para permitirle a Herbert un gran momento en su vida, se movió unos pasos al frente y tiro la bola muy suavemente para que Herbert pudiera al menos hacer contacto con ella.

El primer tiro llegó y Herbert abanicó torpemente y falló.

El pitcher de nuevo se adelantó unos pasos para tirar la bola suavemente hacia el bateador. Cuando el tiro se realizó Herbert abanicó y golpeó la bola suavemente justo enfrente del pitcher.

El juego podría haber terminado. El pitcher podría haber recogido la bola y haberla tirado a primera base. Herbert hubiera quedado fuera y habría sido el final del juego. Pero, el pitcher tiró la bola sobre la cabeza del niño en primera base, fuera del alcance del resto de sus compañeros de equipo.

Todos desde las graderías y los jugadores de ambos equipos empezaron a gritar:

- Herbert corre a primera base, corre a primera'

Nunca en su vida Herbert había corrido esa distancia, pero logró llegar a primera base. Corrió justo sobre la línea, sobresaltado y con los ojos muy abiertos.

Todos gritaban:

- ¡Corre a segunda!

Recobrando el aliento, Herbert con dificultad corrió hacia la segunda base. Para el momento en que Herbert llegó a segunda base el niño del jardín derecho tenía la bola. Era el niño más pequeño en su equipo y que sabía que tenía la oportunidad de ser el héroe del día. El podía haber tirado la bola a segunda base, pero entendió las intenciones del pitcher y tiro la bola alto, sobre la cabeza del niño en tercera base.

Herbert corrió a tercera base mientras que los corredores delante de el hicieron un circulo alrededor de la base. Cuando Herbert llegó a tercera, los niños de ambos equipos, y los espectadores, estaban de pie gritando:

- ¡Corre a home, corre!

Herbert corrió al home, se paró en la base y fue vitoreado como el héroe que bateó el grand slam y ganó el juego para su equipo.

- Ese día, - dijo el padre con lágrimas bajando por su rostro - los niños de ambos equipos ayudaron dándole a este mundo un trozo de verdadero amor y humanismo.

Herbert no sobrevivió otro verano. Murió ese invierno, sin olvidar nunca haber sido el héroe y haber hecho a su padre muy feliz, haber llegado a casa y ver a su madre llorando de felicidad y ¡abrazando a su héroe del día!


Esta historia de la vida real que desde hace ya tiempo circula por Internet, nos recuerda aquellas palabras de Jesucristo cuando decía "dejad que los niños vengan a mi ya que de ellos es el reino de los cielos". Uno se pregunta ¿cuántas veces los adultos nos negamos a reaccionar de la misma manera cuando estamos ante una persona en desventaja? Y la pregunta no tiene que ver con casos extremos como el del niño de la historia, sino con personas normales muy parecidas a uno que por una u otra razón no tuvieron las mismas oportunidades, que ejercen oficios menos "importantes" que el nuestro, que ganan menos, que pertenecen a otro estrato social. Basta ver la manera con que muchos tratan al que barre las calles, al portero, a la recepcionista, a un subalterno, etc.
El niño murió pensando y sintiéndose un héroe, aunque los verdaderos héroes fueron todos los otros niños, los que lo dejaron jugar sabiendo que con ello no tenían oportunidad de ganar, y también los que tenían la victoria segura y la dejaron pasar para brindarle a Herbert la oportunidad de su vida.


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lunes, 11 de octubre de 2010

Las horas de Brian.

Brian era un hombre muy exitoso y su vida era envidiada por muchos. Desde hacía varios años se perfilaba como uno de los mejores consultores financieros de la ciudad. Su agenda estaba constantemente ocupada y sus clientes debían esperar semanas y en ocasiones hasta meses para ser atendidos. Ganaba mucho dinero, era accionista de un importante club de la alta sociedad, tenía un bote en la marina y había comprado una casa grande y lujosa en la que vivía junto con su hermosa esposa y sus dos hijos de 10 y 12 años. A sus seres queridos no les faltaba nada, bastaba con que le pidieran algo y de inmediato eran complacidos. Todo parecía perfecto, sin embargo no le alcanzaba el tiempo. Como la clientela había crecido tanto, la apretada agenda se había convertido en el centro de su vida, teniendo que sacrificar hasta el poco tiempo libre que tenía para atender los asuntos laborales. Llegó a estar tan copado que llegaba muy tarde a casa y salía de madrugada, y casi todos los fines de semana tenía que asistir a diversos compromisos sociales que no eran otra cosa sino seguir trabajando en la informalidad de unos bermudas en la barra de algún prestigioso restaurante de la ciudad. Era poco el tiempo que le quedaba para compartir con los chicos y la relación con su esposa estaba peligrosamente estancada. Tanto ella como los niños le pedía que pasara más tiempo con ellos, pero siempre surgía algún compromiso ineludible y al partir él les decía que no se preocuparan, que la semana siguiente tendrá tiempo para ellos.

Una tarde, Brian levanta el teléfono y le pide a su secretaria que haga pasar a su próximo cliente. Dos minutos más tarde se abre la puerta de la oficina y entra su esposa diciendo

- Hola cariño, ¿cómo estás?

- Hola mi amor, ¿qué haces aquí? - Contestó Brian con cierta sorpresa en su rostro.

- Vine a hablar contigo - respondió la mujer con mucha dulzura

- ¿Ahora? - dijo bruscamente - No creo, es decir no puedo. Tres nuevos cliente han reservado mi tiempo esta tarde y creo que no tienes idea de lo que cobro por una tarde de consultoría.

Sin darle tiempo a que su esposa responda, Brian se puso de pie y con grandes zancadas salió de la oficina hacia la recepción. Al llegar encontró a sus dos hijos sentados con sus cabezas hundidas en sendas revistas y balanceando las piernas inquietamente. Detrás de él llegó su esposa sin perder la calma.

- ¿Qué está pasando aquí? - preguntó extrañado a su secretaria - ¿Dónde están mis clientes?

- Estos dos niños y la señora que acaba de pasar son los nuevos clientes que reservaron toda la tarde - dijo la secretaria sin comprender lo que pasaba.

Los niños levantaron la vista, esbozaron una gran sonrisa y se pararon velozmente

- ¡Hola papi! - dijo el primero

- ¡Hoy vamos a ser tus clientes! - dijo el más pequeño mostrándole una alcancía repleta de monedas y billetes.

Sin comprender, Brian dirigió entonces la mirada a su esposa en busca de respuestas.

- Fue idea de los niños - dijo la mujer con dulzura y emoción - Siempre me preguntan ¿por qué papá no nos acompaña? Y siempre les contesto lo mismo que tu les dices: que tu tiempo vale oro y que ahora no puedes porqué estás con un cliente que te pagará mucho. Un día me preguntaron cuanto ganabas por hora y cuando se los dije me propusieron un plan. Hace meses que están ahorrando su mesada con la idea de pagarte un par de horas de consultoría para que estés con ellos y les dediques algo de tiempo. Las otras horas que falta hasta que llegue la noche las pagaré yo, porqué también las necesito.

¿Cuántas veces dejamos de dedicarles tiempo a nuestros seres queridos?. Es cierto que hay que trabajar para vivir, pero con frecuencia no sabemos poner límites. Trabajamos horas extras, salimos a compartir con los compañeros para liberar el estrés, vamos de compras, a ver un partido, a tomar un trago, al gimnasio y/o a la peluquería. Cuando llegamos temprano a casa nos ocupamos de las cosas del hogar o si estamos cansados nos sentamos frente a la televisión, la computadora y jugamos con el celular en lugar que compartir tiempo con nuestros hijos y nuestra pareja. Estamos todos viviendo bajo el mismo techo, pero compartimos como si fuéramos extraños. Olvidamos que una de las experiencias más hermosas que nos da la vida es disfrutarnos mutuamente como familia.


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jueves, 7 de octubre de 2010

El desconfiado en el desierto.

Dos hombres que necesitan ir de una ciudad a otra, deciden cruzar a pie el desierto que las separa para acortar camino y no tener que dar una enorme vuelta que les llevaría unas dos semanas a pie. Con varias cantimploras llenas de agua emprenden su andar bajo el sol inclemente. A los dos días se dan cuenta que tienen agua suficiente, pero ninguno trajo comida. Preocupados y cabizbajo, siguen caminando hasta que uno de los dos divisa una vieja y dañada carreta llena de enlatados en su interior. Están eufóricos, pero tras muchos intentos empiezan a desesperarse ya que no hallan la manera de abrir ninguna de las latas. Cansados y desanimados, deciden que uno de los dos regresará al pueblo a buscar un abrelatas y más agua, mientras que el otro se quedará cuidando el preciado tesoro que acaban de encontrar. El primero se despide calculando que en 3 días estará de vuelta. El que se quedó empieza a contar primero las horas y luego los días: 1, 2, 3... al quinto día, preocupado y casi moribundo decide intentar nuevamente abrir siquiera una de las latas para no morir de hambre. Con las pocas fuerzas que le quedaban levanta una pesada piedra y cuando está a punto de lanzarla sobre una de las latas surge detrás de una gran roca el primer hombre gritando:

- ¡Detente, traidor, detente!

- ¡Llegaste, por fin llegaste! - contestó el otro- ¿Qué te pasó?

- Nunca me fui. Yo sabía que no podía confiar en ti. He estado todo este tiempo vigilándote detrás de esa roca y ahora te he descubierto infraganti, con las manos en la masa.

- ¿No fuiste al pueblo? ¿No buscaste el abrelatas? ¡Claro, tampoco trajiste agua! Ahora, por tu desconfianza los dos estamos destinados a morir en este desierto.

Ciertamente en más de una oportunidad es posible que hayamos sido traicionados por alguien, pero no por ello debemos empezar a desconfiar de todos en todo momento. Tal como en el cuento, se nos puede ir la vida por desconfiar siempre de la gente.

viernes, 1 de octubre de 2010

Un peso en la espalda

Dos monjes partieron de un convento a otro que se encontraba en una lejana cordillera montañosa. La travesía a pie les llevaría varios días. A medio camino se llegaron a un río cuyo viejo puente peatonal se había podrido y caído meses atrás, por lo que los habitantes del lugar debían atravesarlo metiéndose en sus aguas. En la orilla se encontraba una joven mujer que lloraba desconsoladamente. Cuando los monjes se acercaron ella les dijo sollozando:

- Mi madre está muy enferma y tengo que ir a su encuentro, pero había llovido mucho y el río está muy crecido. Traté de cruzar, pero la corriente es muy fuerte y no se nadar. ¿Qué va a ser de mi madre?

- No se preocupe –dijo el más sabio de los monjes – yo la ayudaré. Súbase a mi espalda y agárrese duro.

El monje más joven no daba crédito a sus ojos, por sus votos ellos tenían prohibido tocar siquiera a una mujer y ahora veía a su compañero romper flagrantemente una de las reglas más sagradas. Cuando iba a decir algo, la mirada del otro monje le hizo saber que era mejor callar. Con mucho esfuerzo llegaron a la otra orilla, la mujer se bajó mostrándose eternamente agradecida y los dos monjes siguieron su camino. Mientras el monje sabio hablaba, cantaba, oraba y disfrutaba con emoción de toda la travesía, el monje más joven permaneció serio, en completo silencio, absorto en sus pensamientos. Dos días más tarde, cuando estaban a punto de llegar a su destino, el monje más joven finalmente habló:

- Tú fuiste mi maestro, me enseñaste muchas cosas, estuviste a mi lado cuando juré mis votos y me prometiste ayudarme a cumplirlos. Pero hace dos días no solo tocaste a una mujer, sino que hasta la cargaste en tus hombros por un buen trecho. ¿Qué vas a decirle al Abad cuando lleguemos?, ¿cómo nos afectará este hecho?, ¿seremos sancionados?

- Si, ciertamente la cargué ya que ella realmente necesitaba que la ayudaran – replicó el sabio con mucha dulzura en su voz –, sin embargo hace dos días que la dejé atrás y no hago otra cosa sino disfrutar de toda la maravillosa naturaleza que Dios ha creado para nosotros. De ese hecho ya ni me acuerdo, en cambio tú, mi joven amigo, ni siquiera llegaste a rozarla y todavía la cargas sobre tus hombros.

Cuántas veces no cargamos sobre nuestros hombros culpas y problemas del pasado que lo único que nos ofrecen son fuertes cargas emocionales que se convierten en un lastre para nuestro presente y nuestro futuro.


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jueves, 30 de septiembre de 2010

Que fácil es...

Cuentan que se produjo un gran cuchicheo en la Corte cuando Cristóbal Colón regresó a España después de haber descubierto lo que entonces se pensaba que era una nueva ruta para llegar a las Indias. Cada quién tenía su propia opinión sobre lo que había ocurrido y la diversidad de puntos de vista formaba el menú principal de las tertulias a media voz. Los más envidiosos y celosos no dudaban en afirmar que lo que había hecho Colón no era ninguna proeza, que en realidad no era difícil encontrar nuevas rutas en la inmensidad del mar.


En cierta ocasión, uno de ellos no tuvo reparo en dejarle saber su opinión al célebre Almirante, minimizando su hazaña al calificarla como algo muy fácil de realizar. Entonces, ante la extrañeza de todos, Colón pidió que le trajeran un huevo. Unos minutos después, Colón lo colocó sobre la mesa central y les preguntó:

- ¿Quién puede parar este huevo sobre la mesa sin que se caiga cuando lo suelte?

Varios lo intentaron, pero no había forma de colocar el huevo en posición vertical sin que inmediatamente cayera a un costado. Finalmente Colón tomó nuevamente el huevo, eligió uno de los extremos y con suavidad lo golpeó hasta que la cáscara se grietó y se aplanó ligeramente, sin que llegara a salir algo de su contenido. Entonces colocó el huevo en posición vertical sobre la mesa y allí permaneció inmóvil ante el asombro de todos. Dirigió su mirada hacia quién lo había interpelado y le dijo:

- Ahora todos ustedes serán capaces de hacerlo y de decir que es muy fácil. Pero hace un instante dijeron que era imposible. Lo difícil no es repetir lo que ya otra persona ha resuelto, lo difícil es idear la solución por primera vez, cuando todavía nadie ha resuelto el problema.

Cuántas veces hemos juzgado los logros y triunfos de los demás bajo la misma óptica de los envidiosos y celosos de esta historia. Cuántas veces hemos dejado de apreciar el esfuerzo de los demás cobijados en la excusa que es “muy fácil”. Verdaderamente es muy fácil criticar, es muy fácil decir a los demás cómo hay que hacer las cosas, es muy fácil decir que ya lo habíamos pensado o que ya lo sabíamos. El problema es justamente que “es muy fácil”, y por eso nunca lo hicimos nosotros mismos…


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miércoles, 29 de septiembre de 2010

Una lección de cortesía y urbanidad

En cierta ocasión Tomás Jefferson, quién entonces era presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, caminaba por una vía de la capital junto a un importante empresario. Mientras hablaban de diversos asuntos, un esclavo negro se cruzó con ellos y al reconocer al estadista lo saludó con gran cortesía. El presidente devolvió el saludo con mucha amabilidad y el empresario quedó sorprendido por el hecho, diciendo:


- Pero señor presidente, ¿Cómo es posible que usted se moleste siquiera en saludar a ese esclavo negro?

- ¿Cree usted – contestó Jefferson – que es bueno que un esclavo supere a un presidente en normas de cortesía y urbanidad?


En nuestra vida cotidiana ¿somos capaces de comportarnos como el presidente o más bien pensamos como el empresario?


¿Cuántas veces juzgamos y tratamos a los demás en función de nuestra posición económica, laboral y/o social?


¿Cuántas veces dejamos de saludar al que barre en la calle o el que maneja un autobús?


¿Cuántas veces vemos con desdén al peatón que se nos atraviesa?


¿Cuántas veces tratamos a conserjes y personal doméstico como seres inferiores?


¿Cuántas veces en el trabajo damos a nuestros superiores un mejor trato que el que ofrecemos a nuestros subordinados?


¿Cuántas veces nuestros amigos reciben más atención que nuestra pareja o nuestros hijos?


¿Cuántas veces…….?


¿Seremos capaces un día de tratar a todo el mundo por igual sin importar el dinero, la posición social, el color de la piel, la nacionalidad, su posición política y/o su fe religiosa?



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jueves, 23 de septiembre de 2010

El ciego y su futuro

Desde hacía mucho tiempo, un ciego venía sentándose en una concurrida plaza de la ciudad. Había perdido la vista en un accidente y al no poder seguir trabajando, se había dedicado a pedir limosna. Llegaba siempre a la misma hora, con una lata vacía y un viejo cartel de cartón que decía “ESTOY CIEGO, AYÚDEME POR FAVOR”. Lo que obtenía tras ocho horas sentado siempre en el mismo rincón apenas le alcanzaba para sobrevivir. Sin embargo encontraba cierto consuelo en las amenas conversaciones que en ocasiones se producían con quienes, en búsqueda de esparcimiento, transitaban aquella hermosa plaza.


Un día, uno de sus amigos se le acercó y comenzaron a hablar sobre su situación. El ciego se lamentó ya que nunca lograba llevar a casa más que unas pocas monedas y eso no alcanzaba para nada. El amigo se quedó en silencio y le dijo:

- En estos días leí que el famoso científico Albert Einstein escribió "Si haces lo que siempre has hecho, obtendrás los resultados que siempre has obtenido" – y tras una breve pausa continuó – Es posibles que tengas que hacer algo diferente para que mejoren las cosas.

Esa noche, al llegar a casa, el ciego no pudo dormir con tranquilidad pensando en aquello que le dijo su amigo. A la mañana siguiente se levantó temprano pero no fue para la plaza, sino que decidió visitar la carpintería de un vecino que se encontraba en la siguiente cuadra. En la tarde regresó a su casa con una sonrisa en el rostro y con una tabla pintada bajo el brazo.

- Mañana me irá mejor – expresó con entusiasmo a su esposa.

Al día siguiente vistió mejores ropas que de costumbre y emprendió el camino a la plaza. En lugar de sentarse en el mismo rincón de siempre, se ubicó en una vereda más transitada en la cual no había sombra. De inmediato se empezaron a sentir los cambios.

Una semana más tarde pasó nuevamente su amigo y lo primero que observó fue que la vieja lata estaba mucho más llena que de costumbre. Luego vio el nuevo cartel que decía “HOY ES BONITO DÍA, Y NO PUEDO VERLO". Finalmente le dijo:

- Veo que hoy te va mucho mejor, tú estás mucho mejor arreglado y tu cartel está espectacular, pero ¿porqué te pusiste aquí en el sol en lugar de colocarte bajo una buena sombra?

- Tu me lo dijiste “Si hago siempre lo mismo, obtendré siempre el mismo resultado”. Este nuevo cartel llama más la atención, es más bonito y el mensaje es más optimista. Con respecto a mantenerme aquí bajo el sol, es una forma de mostrar a las personas que pasan que estoy dispuesto a hacer un sacrificio adicional para obtener su ayuda. Cuando escucho que se me acercan los niños les narro algún cuento bonito y sus padres siempre lo agradecen con un aporte mayor. Uno de ellos me contrató para que asistiera a una reunión con la finalidad de entretener con mis historias a los hijos de los presentes. Ya voy a mandar a hacer otros carteles con las ideas que se me están ocurriendo…


Cuántas veces nosotros nos quejamos por que siempre es lo mismo, por que siempre obtenemos los mismos resultados, por que nunca nos va mejor. No culpemos a los demás por eso. Es muy posible que seamos nosotros los que tengamos que hacer pequeños cambios en nuestras rutinas, en nuestra manera de actuar y de hacer las cosas para que se produzcan importantes cambios en nuestra vida. ¿Cuántas veces nosotros no somos los ciegos?


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martes, 14 de septiembre de 2010

El valor del trabajo

Varios cuentos han circulado por Internet con diferentes versiones de esta historia. Unos hablan de un hombre que arregla una imprenta, otros de un técnico de computación que “salva” un disco duro importantísimo para una empresa, y así sucesivamente. A mí me gusta esta versión que sin ser tan espectacular, al parecer ocurrió en la vida real hace ya muchos, muchos años:

Cuando el pintor norteamericano James Abbott McNeal Whistler (1834-1903) gozaba ya de renombre, un ricachón le encargó su retrato. Antes de iniciar el trabajo acordaron un precio que era bastante alto, pues Whistler ya era un artista muy cotizado. Se le describía como “el maestro de las armonías cromáticas”, debido a su clara tendencia impresionista. El artista terminó el retrato en tres días, pero su cliente se negó a pagar la considerable suma acordada, alegando que era una retribución excesiva por solo tres días de trabajo. Al no llegar a un acuerdo tuvieron que presentarse en los tribunales. Tras escuchar la acusación contra el pintor, el juez le preguntó a Whistler cuánto tiempo le había llevado hacer el retrato, y él contestó sin titubear: “He tardado tres días en pintarlo y toda una vida en llegar a poder pintarlo en tres días, Señor Juez”. Al terminar con los alegatos se presentó la sentencia a favor de Whistler y naturalmente el ricachón tuvo que pagar el cuadro y todos los costos del juicio.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Siempre vales lo mismo.

Un adolescente estaba pasando por momentos muy duros. En su casa reinaba la discordia, su padre no dejaba de criticarlo por cualquier cosa y su madre, por miedo a mayores enfrentamientos, no tomaba partido en esos asuntos. Los hermanos tampoco lo trataban bien. Se burlaban de su apariencia, de los granos en su cara, de su forma torpe de andar y de su tono de voz que por estar cambiando parecía más bien de gallos de media noche. Nadie lo tomaba en cuenta, por lo que se sentía despreciable y su autoestima estaba por los suelos.

Esta situación empezó afectar también su rendimiento en el colegio. Ya no prestaba atención en clase, no hacía sus tareas y reprobaba la mayor parte de los exámenes. Lo peor fue que como su actitud había cambiado, sus propios amigos de toda la vida empezaron a darle la espalda, a criticarlo y a burlarse de él. Sólo se le acercaban quienes tenían la peor conducta del salón.

Un profesor en particular venía observándolo desde hacía un tiempo y finalmente decidió actuar. Al terminar una clase le pidió que se quedara. De mala gana se sentó en la primera fila mientras sus compañeros alborotados salían riéndose de él ya que suponían que iba a ser castigado o por lo menos reprendido. Un breve silencio generó un poco de tensión entre el profesor y el joven. Entonces, lentamente el profesor sacó un billete de 100 Dólares tan nuevo que todavía no había sido doblado por primera vez. Los ojos de su alumno empezaron a brillar, al tanto que el profesor le decía

- ¿Lo quieres?, ¿quieres que te de este billete?

- Si – respondió el joven con voz baja y dubitativa

- Tómalo, es tuyo

Pero cuando el joven se levantó de su asiento para tomar el billete, el profesor continuó:

- Espera un momento, déjame hacer esto – dijo mientras arrugaba todo el billete una y otra vez – Ahora si es tuyo, ¿todavía lo quieres?

- Claro que lo quiero – contestó el joven con cara de extrañeza.

- Se me olvidaba algo – replicó el maestro mientras dejaba caer el billete para pisotearlo una y otra vez con sus viejos zapatos ya gastados – Creo que así estará mejor, ¿todavía lo quieres? – dijo finalmente mientras lo recogía del piso.

- Por supuesto – dijo el joven con una media sonrisa esbozada en su rostro.

- Ah, casi se me olvida lo más importante – volvió a interrumpir el maestro – Mira lo que hago ahora.

Y ante la mirada de asombro de su alumno comenzó a escupir el billete una y otra vez hasta que tuvo un aspecto baboso y desagradable. Finalmente lo tomó con mucho cuidado por una esquinita y levantándolo en dirección a su alumno le dijo:

- Ahora si es tuyo, ¿Todavía lo quieres?

- Si, por supuesto que lo quiero – contestó con voz fuerte y gran determinación.

- ¿Pero, porqué lo quieres si está todo arrugado, pisoteado y hasta escupido?

- Por qué a pesar de todo siguen siendo cien dólares – contestó de inmediato el joven.

- Has aprendido bien la lección, ahora aplícala a tu vida – y ante la súbita expresión de incomprensión en la cara del joven, continuó - Al igual que el billete, cada uno de nosotros tiene un valor que nadie nos puede arrebatar. Tu valor como persona, como ser humano, como hijo de Dios, no va a cambiar si otras personas te maltratan, te humillan, te desprecian o te agreden. Sin importar lo que te hagan o lo que otros piensen de ti, tu valor seguirá siendo siempre el mismo. Ahora bien, depende exclusivamente de ti que te des cuenta de todo lo que en realidad vales, de todos los dones que tienes, de toda la energía positiva que vive dentro de ti, de toda la capacidad que tienes para dar y amar. Para ello no le prestes atención a las opiniones necias y desfavorables de quienes te rodean. Un día despertarás y te darás cuenta que en realidad tu vida es invalorable.

El profesor continuó hablando sobre todas las virtudes y aspectos positivos que él veía en su alumno. La cara del joven había cambiado por completo, su postura encorvada se había enderezado, sus ojos volvían a brillar y repentinamente se paró, dio las gracias y se dispuso a salir del salón con la actitud de quién está dispuesto a conquistar el mundo. Pero la lección todavía no terminaba. El profesor le dijo:

- Espera un momento, toma, llévate el billete sólo para que lo guardes y puedas recordar cuánto vales cada vez que te sientas atacado o deprimido. Pero hay una condición: debes prometerme que la semana que viene me entregarás otro billete completamente nuevo de la misma denominación, así podré enseñarle esta misma lección a otros de tus compañeros que también la necesitan.

 
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jueves, 19 de agosto de 2010

Abuelos, padres e hijos

La abuelita quedó viuda a una edad muy avanzada. La situación se complicó de un día para otro ya que no podía vivir sola ni tampoco había posibilidad de que entrara en un asilo de ancianos. Aunque no era lo que había deseado, su hijo tuvo que llevársela a vivir a su casa, junto a su esposa y su pequeño hijo.

Aunque al principio todo parecía ir bien, la situación empezó a complicarse a la hora de comer. Posiblemente debido a su avanzada edad, la abuelita ya no se comportaba bien en la mesa: empezaba a comer antes que todos estuvieran servidos, ponía los codos sobre la mesa, jugaba con los cubiertos y con la comida, hacía cualquier cantidad de ruidos y lo que era peor, de vez en cuando salpicaba los alimentos a todo su alrededor, llegando incluso a los platos de los demás comensales.

El hijo y la nuera empezaron a preocuparse y a ponerse de muy mal humor cada vez que se sentaban a la mesa, ya que la forma de comportarse de la abuela era desagradable y un pésimo ejemplo para el pequeño de la casa. Un día se les ocurrió la idea de comprar una mesita individual para poner a comer la abuela al final del comedor, en un ángulo que no permitiera que el niño la viera y lo suficientemente alejada para que si salpicaba la comida ésta no llegara hasta los demás comensales. Así solucionaron el problema y se sintieron más calmados.

Pasaron algunos meses y un día, al llegar temprano a la casa, el papá vio a su hijo jugar con unos tacos de madera que apilaba de forma muy ordenada. En eso le preguntó:

- Hola hijo, ¿Qué hacer?

- Una mesita, papá

-¿Y que vas ha hacer con ella?

- No es para mí, es para ti. Se la estoy haciendo para que cuando seas abuelito y vivas en mi casa puedas comer en la sala – contestó el niño con mucho orgullo e inocencia.
Tratemos a las personas mayores de la misma manera en que nos gustaría que nos trataran a nosotros cuando lleguemos a esa edad. Recordemos que todos esperamos llegar a vivir muchos años y esperamos vivir con dignidad.
Los niños no aprenden lo que les dicen, sino lo que ellos ven. Ellos los tratarán a ustedes, de la misma manera que ellos ven que ustedes tratan a los demás. No importa cuantas veces ustedes le digan que tienen que ser buenos, gentiles, justos, amable, educados, solidarios, tolerantes, etc., ellos solo llegarán a serlo si ven a diario que ustedes también lo son.


Si un niño vive criticado, aprende a condenar
Si un niño vive avergonzado, aprende a sentirse culpable
Si un niño vive entre hostilidades, aprende a pelar por todo
Si un niño vive apreciado, aprende a apreciar
Si un niño vive con seguridad, aprende a tener fe
Si un niño vive con equidad, aprende a ser justo
Si un niño vive animado, aprende a confiar
Si un niño vive con tolerancia, aprende a ser tolerante
Si un niño vive con aprobación, aprende a quererse
Si un niño vive con aceptación y amistad, aprende a hallar amor en el mundo



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martes, 17 de agosto de 2010

La juventud de hoy en día

1.- ''Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos''.

2.- ''Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país si la juventud de hoy toma mañana el poder, porque esa juventud es insoportable, desenfrenada, simplemente horrible.''

3.- ''Nuestro mundo llegó a su punto crítico. Los hijos ya no escuchan a sus padres. El fin del mundo no puede estar muy lejos''

4.- ''Esta juventud esta malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores y ociosos. Ellos jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura''

Estas cuatro frases fueron citadas por el médico inglés Ronald Gibson durante una conferencia sobre conflictos generacionales. Con risas nerviosas, cuchicheos, y movimientos afirmativos de sus cabezas, todos los presentes asintieron en que estas citas reflejaban con bastante certeza la situación de la juventud de los actuales momentos.

Entonces el ponente informó el origen de sus citas:

1.- La primera es de Sócrates (470- 399 a. C.)

2.- La segunda es de Hesíodo (720 a. C.)

3.- La tercera es de un sacerdote del año 2000 a. C.

4.- La cuarta estaba escrita en un vaso de arcilla descubierto en las ruinas de Babilonia (Actual Bagdad) y con más de 4000 años de existencia.
Estas citas parecen invitar a los padres a estar más tranquilos ya que “siempre fue así…”, sin embargo esto no nos exime de la responsabilidad de educar a nuestros hijos con los más profundos valores humanos, éticos, morales y religiosos. Así como nosotros lo hicimos a nuestro debido tiempo, cuando nuestros hijos lleguen a la madurez cambiarán también, siempre y cuando hayamos sembrado en ellos las semillas adecuadas…

lunes, 16 de agosto de 2010

El negocio de las hamburguesas.

Un día, un hombre honrado y trabajador se propuso dejar el empleo que tenía en una fábrica para abrir su propio negocio. Su entusiasmo era tal que no le quedaba tiempo para leer el periódico, ver televisión o reunirse con sus amigos en la cantina para hablar de cómo estaba el mundo. En cuanto salía de la fábrica dedicaba todo su tiempo y todas sus energías al negocio que estaba por abrir. Visitó a proveedores, hizo todo el papeleo legal necesario, alquiló un pequeño local que se encontraba a un lado de una carretera bastante transitada, equipó la cocina, entrevistó a sus futuros empleados e hizo una larga lista de cosas hasta que finalmente, unos meses después, pudo abrir su negocio de venta hamburguesas y así renunciar a su antiguo empleo.

El negocio floreció rápidamente ya que allí se vendías las mejores hamburguesas con papas fritas de toda la zona. Al principio el lugar se llenaba solamente a la hora de almuerzo, pero como la comida era tan gustosa, se regó la voz y no pasó mucho tiempo para que tuvieran clientes a todas horas. Los fines de semana llegaban tantos los comensales que no cabía en el pequeño local, por lo que tuvieron que ampliarlo y contratar a más personal. Al cabo de unos meses las ganancias fueron suficientes para que aquel hombre pudiera comprar la propiedad en la cual se encontraba el negocio.

Aquella venta de hamburguesas le permitió mandar a su hijo a la Universidad. Estaba orgulloso y aseguraba a sus amigos que al graduarse su hijo asumiría las riendas del negocio y así prosperarían aún más. Entre tanto, siguió trabajando duro como siempre, alquiló el terreno adyacente para ampliar el estacionamiento, puso un enorme aviso luminoso sobre el local y contrató la colocación de varios carteles a lo largo de las vías adyacentes. Así los clientes se multiplicaron aún más.

Llegó el tan anhelado día en que su hijo se graduó y regresó a la casa. El padre estaba feliz, pero el hijo al ver en qué se había convertido el humilde negocio le dijo alarmado:

- Pero papá, ¿No te haz enterado de las noticias?

- ¿Qué noticias? – contesto el padre extrañado.

- Estamos atravesando una crisis financiera muy grave. La economía del país está realmente mal y muchos podrían ir a la quiebra. Lo han anunciado desde hace meses por la radio, la televisión y la prensa ¿no lo haz visto?

- No – dijo su padre cabizbajo -, no he tenido tiempo para eso, parece de debo prestar más atención a esas cosas.

El comerciante se retiró a pensar en todo lo que le dijo su hijo. Tras varios días de meditación concluyó “Yo no tengo ningún tipo de estudio ni preparación, en cambio que mi hijo estudió en la Universidad, lee el periódico, escucha la radio y ve la televisión. El sabe lo que está diciendo, por lo que voy a tener que hacer algunos cambios en el negocio”

Lo primero que hizo fue mandar a quitar los carteles en las carreteras y apagar el gran aviso luminoso para ahorrar el costo de la energía. De inmediato la afluencia de clientes empezó a bajar. Entonces dejó de alquilar el terreno adyacente que utilizaba como estacionamiento, lo que complicó mucho la llegada de sus clientes al establecimiento. También decidió cambiar a algunos proveedores por otros más económicos, aunque eso quería decir bajar la calidad de sus productos. Realizó luego otros cambios y al cabo de muy poco tiempo las ventas fueron disminuyendo dramáticamente hasta llegar a un nivel a duras penas rentable. Entonces le dijo a su hijo con un tono de tristeza:

- Tú tenías razón, verdaderamente estamos sufriendo una gran crisis.

De esta historia se pueden sacar varias enseñanzas:

Debemos ser cuidadosos con los consejos y la información que nos dan otras personas. Antes de aceptarlos por buenos, debemos comprobar que la persona sabe realmente lo que dice y sobre todo que lo practique en su propia vida.
Si programamos nuestra mente para fracasar, nuestras acciones nos llevarán hacia esa vía y fracasaremos. En cambio si nos mentalizamos para ganar, a pesar de las adversidades y de las caídas, llegaremos a ganar. Fracasar o ganar no es cuestión de mala o buena suerte sino de una simple pero voluntariosa elección personal.
En todos los tiempos difíciles existen también muchas oportunidades que esperan por nosotros. No nos dejemos encandilar por los problemas para que podamos ver con acierto el mejor camino a seguir.

Si te trazaste un camino, confía en lo que estás haciendo y no dejes que otros interfieran en él. Trabaja en tus propios sueños.



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domingo, 15 de agosto de 2010

Frases (2) de @vivopositivo

Unos dicen que el tiempo es dinero, pero es mentira. El tiempo vale más. El dinero mal gastado puede recuperarse, pero el tiempo no.

Cada uno debe ser el actor principal de su existencia. Toma las riendas de la película de tu vida y no dejes que otro lo haga por ti.

Muchos quieren cambiar algo en sus vidas, pero pocos están dispuestos a hacer el esfuerzo y los sacrificios necesarios para lograrlo.

Dios siempre está a nuestro lado. No nos acordemos de Él solo cuando estamos en las malas, hagámoslo también hoy, que estamos en las buenas.

No debemos recordar el pasado para lamentarlo sino para aprender de las experiencias vividas y labrarnos un mejor futuro.

Nos preocupamos muchos por cosas sobre las cuales no tenemos poder de decisión en lugar de ocuparnos de lo que si podemos cambiar.

Difícilmente podemos alcanzar el éxito y la felicidad en nuestra vida si no desarrollamos una actitud mental positiva ante las adversidades.

sábado, 14 de agosto de 2010

¿Dios por qué a mí?

Esta es una historia verídica que tuvo como protagonista Arthur Ashe, un gran tenista afroamericano nacido en 1943, en Virginia, Estados Unidos.

Ashe se convirtió en una leyenda del tenis profesional: en 1963 fue el primer jugador afroamericano en formar parte de un equipo estadounidense de Copa Davis; en 1968 ganó el Abierto de los Estados Unidos, su primer Grand Slam, y llevó al equipo de los Estados Unidos a consagrarse campeón de Copa Davis; en 1970 obtuvo su segundo Grand Slam, al ganar el Abierto de Australia; y en 1975 ganó el título en Wimbledon.

Además de estos y otros éxitos en el tenis, Arthur Ashe fue un gran luchador contra las políticas del apartheid en Sudáfrica, debido a que en 1969 le fue denegada una visa de parte del gobierno sudafricano por ser negro.

Pero su prueba más dura todavía estaba por venir.

En 1988 se le diagnosticó sida (VIH), que contrajo por unas transfusiones de sangre a raíz de una operación de corazón abierto que se le realizó unos años antes.

Como era una importante figura pública del deporte norteamericano, recibió enormes cantidades de cartas de todos los rincones de su país. En una de las misivas uno de sus fans le dijo:

- ¿Por qué Dios tuvo que seleccionarte a ti para tan fea enfermedad?

Arthur Ashe respondió así:

- En el mundo hay 50 millones de niños que comienzan a jugar al tenis, 5 millones aprenden a jugarlo, 500.000 alcanzas un nivel profesional, 50.000 entran al circuito profesional, 5.000 logran jugar en torneos importantes, 50 llegan a Wimbledon, 4 a las semifinales y 2 a la final. Cuando yo estaba levantando la copa nunca pregunté: ¿Dios, por qué a mí? Y hoy con mi enfermedad y mi dolor tampoco preguntaré ¿Dios, por qué a mí?
¿Por qué nos acordamos de Dios sólo en los malos momentos?
¿Por qué culpamos a Dios de nuestras desgracias?


¿Por qué cuando nos va bien, el mérito es nuestro y no de Dios?


¿Por qué cuando la muerte se acerca lo vemos como un castigo de Dios?


¿Por qué las cosas malas no deberían ocurrirnos a nosotros sino a los demás?






Solo con la fe y el acercamiento a Dios encontrarás las respuestas correctas


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viernes, 13 de agosto de 2010

La Pareja Perfecta

Sentados en la plaza del pueblo, dos viejos amigos conversan mientras observan a varias parejas sentadas en el césped.

- Entonces, ¿Nunca pensaste en casarte? – preguntó el primero

- Lo pensé, pero nunca llegué a casarme – respondió el segundo -. Cuando era joven me decidí a buscar a la mujer perfecta.

Tras esgrimir una leve mueca, el hombre continuó diciendo:

- Cuanto fui a las costas encontré a la mujer más bella que jamás había visto, pero no conocía de las cosas materiales de la vida ni era muy espiritual. Cuando fui a lo más alto de la montaña, conocí a una mujer muy bonita y con un intenso interés por espiritual, pero no se le daba importancia a las cosas materiales o lo que ocurría en el mundo. Seguí andando y llegué a una ciudad, donde tropecé con una mujer muy linda y rica, pero no se preocupaba del aspecto espiritual. Al llegar a las praderas hallé a una mujer que conocía el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita. Seguí buscando y en uno de mis viajes tuve la oportunidad de cenar en la casa de una joven bonita, religiosa, y conocedora de la realidad material. Era la mujer perfecta.

Se produjo un breve silencio que permitió escuchar el suspiro de aquel hombre.

- ¿Y por que no te casaste con ella? – Le preguntó el amigo

- ¡Ah, querido amigo mío! Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto.

Cuando busques a una persona con quién compartir tu vida, no busques una pareja perfecta. Si ya estás compartiendo tu vida con alguien, no busques que sea una pareja perfecta. Busca a una persona de carne y hueso, con sus sentimientos y su forma de ser particular, con sus cualidades y sus limitaciones, que sienta el mismo amor, compromiso y entrega que tú estás dispuesto a dar, aunque no sea perfecta.

En lugar de esperar a que tu pareja sea la persona ideal, pregúntate primero si tú eres la persona ideal para ella. Esto tal vez te ayude a comprender que el amor no es cuestión de perfección, sino de un diario, amoroso y sincero compartir…

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jueves, 12 de agosto de 2010

El camello amarrado

Bajo la calurosa luz del sol, una caravana atravesaba las arenas del desierto. Poco antes del atardecer se detuvieron para preparar el campamento donde iban a pernoctar. Un joven al que habían contratado para que se ocupara de los camellos se le acercó al jefe del grupo diciéndole:

- Tengo un problema, son 18 camellos y solo tengo 17 cuerdas para amarrarlos.

- Eso no es ningún problema – le dijo el jefe –, los camellos no son muy inteligente. Amarra los primeros 17 y luego te acercas al último y simulas amarrarlo a él también. Como habrá visto que todos sus compañeros fueron amarrados y habrá sentido que te acercaste a hacerle lo mismo, se quedará quieto toda la noche pensando que él también está atado.

El joven fue a hacer lo que le dijo el jefe sin protestar pero sin creer nada de lo que había escuchado. Al terminar se percató de que el último camello se quedó tranquilo junto a sus compañeros.

Al amanecer el joven vio con alivio que el camello permanecía allí donde lo había dejado. Entonces liberó a los otros 17 camellos ya que pronto debían partir. Cuando la caravana se puso en camino, el joven corrió hacia su jefe diciendo:

- Espere, espere, hay un camello que no nos sigue.

- ¿Es el mismo camello al que simulaste amarrar anoche? – contestó el jefe con una media sonrisa en los labios.

- Si ¿Cómo lo sabe?

- Seguro que esta mañana se te olvidó soltarlo

- Pero no tiene amarras

- Lo sé – contestó pacientemente el jefe –, pero el camello todavía piensa que está amarrado. Corre, simula soltarlo y verás que se pondrá en camino.

Lo mismo nos pasa a nosotros muchas veces. Nuestros prejuicios y paradigmas mentales nos colocan una atadura inexistente que no nos permite avanzar en nuestra vida, que nos amarra a creencias sin sentido y nos impide emprender la construcción de nuestros sueños y metas.


miércoles, 11 de agosto de 2010

El niño héroe

Durante un frío invierno, dos niños patinaban en la superficie de un pequeño río congelado. En su ir y venir, se acercaron a un sitio donde el hielo era más delgado. De pronto la superficie se rompió a los pies de uno de ellos y en menos de un segundo el niño cayó al agua helada sumergiéndose de inmediato. La corriente lo alejó del hueco por donde había caído, hasta que se detuvo gracias a un gran peñasco que se encontraba en el lecho del río. Afortunadamente en ese lugar se había producido una gran burbuja de aire entre el agua y el hielo gracias a la turbulencia.

Su amigo, que vio todo horrorizado, lo siguió con la mirada y al ver que se había detenido unos metros más adelante, corrió a la orilla, tomó una pequeña piedra, regresó y rápidamente empezó a golpear la dura superficie con todas sus fuerzas. Pasaron solo unos 30 segundos que parecieron una eternidad, pero finalmente logró abrir un pequeño boquete que le permitió a su amigo sujetarse y tomar frescas bocanadas de aire.

Entre tanto varias personas que habían observado lo ocurrido a lo lejos, llegaron corriendo y ayudaron al niño a salir del agua. Inmediatamente después hicieron acto de presencia los bomberos y una ambulancia se lo llevó al hospital.

Una vez más calmada la situación, el jefe de los bomberos analizó la situación comentando en voz alta:

- Es imposible que con esa pequeña piedra una persona, y mucho menos si es niño, pueda romper ese hielo tan duro. No entiendo cómo lo hizo. Es imposible.

Tras lo cual un anciano que estaba presente le contestó

- ¡Yo si sé cómo lo hizo! – y cuando todos se voltearon a verlo prosiguió - Lo pudo hacer porque nadie estuvo aquí para decirle que era imposible.
¿Cuántas veces le decimos a los demás que algo es imposible por el simple hecho de que nosotros no somos capaces de hacerlo o no sabemos cómo hacerlo?
Y lo que es peor, ¿cuántas veces le hacemos caso a los que nos dicen que algo es imposible y bajamos nuestros brazos sin ni siquiera intentarlo?

martes, 10 de agosto de 2010

El dinero nos puede cambiar.

En cierta ocasión un joven pobre pero emprendedor fue a visitar a un viejo sabio, con quién inició una larga conversación. El joven le contó de sus sueños, sus deseos de superación y cómo pensaba volverse rico en unos pocos años. Lo tenía todo bien planeado: las metas que debía alcanzar, los caminos que debía seguir, el esfuerzo continuo que debía realizar. Es más, desde hacía ya un tiempo el joven se había puesto a trabajar con ahínco y ya tenía andado una parte del camino que se había trazado. El sabio observaba que en el joven confluían un enérgico entusiasmo, una consistente perseverancia y una claridad de ideas que sin lugar a dudas lo llevaría al éxito en su cometido.

Luego de tanto hablar, el joven le dijo al viejo:

- Se que cuando sea rico, cuando tenga dinero, joyas, oro y plata, mi vida va a cambiar. ¿Tendrá algún consejo para cuando llegue ese momento?

Con calma y dulzura el viejo se levantó de su asiento, tomó al joven de la mano y lo acercó a la ventana.

- Mira – le dijo -¿Qué ves?.

- Veo gente – respondió el joven

Entonces el sabio giró y lo llevó ante un espejo que se encontraba en una esquina de la sala, se apartó ligeramente y le preguntó:

- ¿Y ahora qué ves?

- Ahora me veo yo, me veo a mí mismo – dijo el joven con tono muy seguro.

- ¿Entiendes? – preguntó el sabio – En la ventana hay vidrio y en el espejo hay vidrio. Pero el vidrio del espejo tiene un poco de plata. Y cuando hay un poco de plata uno deja de ver gente y comienza a verse solo a sí mismo.
El dinero no es malo de por sí. Es necesario y bueno tener dinero. El problema es cuando toda nuestra existencia gira en torno al dinero, entonces sin darnos cuenta nos podemos volver sus esclavos.


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lunes, 9 de agosto de 2010

Personas buenas o personas malas

Respondiendo a una solicitud de empleo aparecida en la prensa local, un joven llegó al enorme edificio y le preguntó a la recepcionista:

- ¿Cómo son las personas que trabajan aquí?

- ¿Cómo eran las personas en su trabajo anterior? – preguntó la recepcionista antes de contestar.

- Pues el ambiente era realmente pésimo. Los jefes eran mal encarados y abusaban de nosotros, nos mandaban a hacer las cosas y ni nos daban las gracias. Mis compañeros eran desconsiderados y las rivalidades surgían por doquier. Uno no contaba con la ayuda de nadie ya que no existía compañerismo alguno. Era difícil tener amigos en ese lugar. No me gustaba, por eso me fui.

- ¿Y dónde trabajaba Usted?

- En Electrónica C.A.

- Pues aquí las personas son exactamente iguales a las que usted me acaba de describir.

El joven sin pensarlo mucho, dio media vuelta y salió del edificio. Poco después entró otra persona que también le preguntó a la recepcionista con una sonrisa en los labios:

- Por favor señorita, podría usted decirme ¿Cómo son las personas que trabajan aquí?

- ¿Cómo eran las personas en su trabajo anterior? – volvió a repreguntar la recepcionista.

- Le diré que eran maravillosas: los supervisores nos motivaban constantemente a hacer las cosas de la mejor manera, nos apoyaban, nos guiaban y siempre se mostraban agradecidas por los logros obtenidos. El trato era siempre muy cordial. Mis compañeros se convirtieron en verdaderos amigos, en quienes podía apoyarme y confiar con los ojos cerrados. Trabajábamos como un verdadero equipo donde no existían rivalidades. No quería dejar el trabajo, la empresa se está mudando de estado y yo no puedo irme, por lo que estoy buscando un nuevo empleo.

- ¿Y dónde trabajaba Usted?

- En Electrónica C.A.

- Pues aquí las personas son exactamente iguales a las que usted me acaba de describir - contestó finalmente la recepcionista con una bella sonrisa en el rostro.

Trabajaban en el mismo lugar, entonces ¿Cuál de los dos tiene la razón? ¿Cuál de los dos dice la verdad? Pues con toda seguridad ambos tienen la razón y ambos dicen la verdad. Las personas que nos rodean no son tajantemente buenas o malas. Cada una tiene sus virtudes y sus defectos. El problema es cómo las queremos percibimos: si buscamos y destacamos sus aspectos negativos, las personas reaccionarán a la defensiva, por lo que instintivamente la relación se tornará áspera y desagradable. En cambio si buscamos siempre el lado positivo de las personas, con toda seguridad ellas nos entregarán lo mejor de sí.

Recuerda, no es un problema, es una decisión:
Si sonríes, te devolverán sonrisas.
Si gruñes, recibirás gruñidos.

domingo, 8 de agosto de 2010

Frases (1) de @vivopositivo

Soy amante de la vida. Me encanta ver cosas positivas en todo. Asumo ser feliz y enfrentar con ánimo y alegría los problemas y tropiezos que la vida me regala.


Vivir con optimismo es una decisión diaria. Hoy, al igual que cada mañana, reafirmé que seré feliz sin importar lo que pase.

Hace falta valentía para empezar un gran proyecto y perseverancia para terminarlo. Trabaja esos dos valores para que hagas cosas importantes.

Hoy acuérdate de darle gracias a Dios por la vida, por el bello amanecer, por la alegría y la oportunidad de ver todo con mucho optimismo.

El camino para alcanzar un gran éxito se forja con la acumulación de los pequeños esfuerzos que realizamos día a día.

Hay quienes piensan que les irá mal y quienes piensan que les irá bien. Lo increíble es que ambos tendrán la razón. ¿A que grupo perteneces?

Muchos piensan que el éxito tiene que ver con todo lo que tenemos, pero se equivocan, el éxito tiene que ver con la persona que somos.


Comparto con ustedes algunas de las frases que escribí en mi twitter: http://twitter.com/vivopositivo

sábado, 7 de agosto de 2010

La libertad de los monjes

En una antigua abadía europea donde hacen vida de clausura un desconocido número de monjes, un feligrés se acercó al abad y diciéndole.

- He observado que en la iglesia todos los monjes se sientan a la derecha, detrás de unas gruesas rejas metálicas.

- Así es – contestó el abad

- Eso me parece inútil y hasta falso

- ¿Por qué, señor?

- ¿Acaso ustedes no hacen votos de castidad?

- Por supuesto que sí.

- Pues si hacen este voto, ¿de qué sirven las rejas? y si ponen las rejas, ¿de qué sirve el voto?

Con calma y serenidad el abad contestó:

- Mi estimado señor, estas rejas no son para prohibir salir a los monjes del lugar, son para que el público no entre a profanar el silencio de este recinto con su curiosidad morbosa.

Luego tomó el cordón que colgaba de su cintura y le dijo:

- Mire, cada uno de nosotros tiene al final de su cordón una llave que abre una pequeña puerta que está al final del jardín. Ella conduce al mundo exterior. Nadie nos obligó a entrar al claustro, nadie nos obliga a permanecer en él y si queremos salir podemos hacerlo cuando nos plazca. En eso consiste la verdadera libertad, en tener la posibilidad de elegir.

El silencio fue elocuente, entonces el abad agregó:

- Muchos de los que están afuera solo ven nuestras rejas y creen que nosotros somos los prisioneros mientras ellos gozan de libertad. Sin embargo no se dan cuenta que ellos son los prisioneros de sus prejuicios, de sus rutinas, del trabajo que no les gusta, de las limitaciones que ellos mismos se han impuesto, del ¿qué dirán?, y de tantas otras cosas. Ellos están tan preocupados por ver las rejas de los demás que han olvidado que ellos también tienen una llave que abre a placer el camino de salida, el camino del cambio. Esta llave abre las puertas de la reflexión, de la autosuperación, de la motivación, del optimismo, de la perseverancia, del valor, del ánimo, del amor y de tantos otros valores que están dormidos dentro de nosotros mismos a la espera de ser llamados.

viernes, 6 de agosto de 2010

No son fracasos, es el camino al éxito

Cuando Thomas Alva Edison trabajaba en uno de sus inventos, tuvo muchos problemas con una pieza en particular. Hizo cerca de doscientas de estas piezas, pero una tras otra falló y sus colaboradores empezaron a desanimarse por todos los fracasos consecutivos. Sin entender mucho lo que pasaba, el más joven de sus ayudantes le preguntó:

- ¿Qué está haciendo ahora?

- Trato de encontrar un nuevo tipo de acumulador – respondió Edison -, ya he experimentado con unos doscientos prototipos.

- Pero ha fracasado una y otra vez – dijo el joven.

- No – replicó tajantemente Edison –, no he fracasado ni una sola vez.

- Pero nunca han funcionado, esos no son buenos resultados.

- Mis resultados han sido extraordinarios. Ya sé que hay doscientas fórmulas que no me sirven para nada.

Con optimismo y perseverancia, Edison siguió trabajando y poco tiempo después, en 1877, presentó su nuevo invento, el fonógrafo, el primer aparato capaz de grabar y reproducir sonidos.
Frente a un experimento, un trabajo, un proyecto y hasta la vida misma, un resultado negativo no es un fracaso a menos que uno desista de seguir intentándolo. Todo tropiezo, toda caída, es en realidad un aprendizaje que si se afronta con optimismo y perseverancia, nos traerán extraordinarias enseñanzas sobre las cuales podremos forjar el camino hacia el éxito.

jueves, 5 de agosto de 2010

Siempre criticando…

Un abuelo, una mujer y un niño salen de un pueblo hacia otro. El abuelo va sobre una mula y los otros caminan.

Al pasar por un caserío, la gente comenta que el abuelo es bien desconsiderado y poco caballeroso, que debería cederle su puesto a la mujer. Ellos oyen el comentario, entonces el abuelo baja de la mula y le cede el puesto a la mujer. Siguen su camino.

Al pasar por otro caserío, la gente comenta lo desconsiderada que es esa mujer que esta cómodamente sentada mientras ese pobre niño camina con la lengua afuera bajo el sol inclemente. Oyen nuevamente el comentario, entonces la mujer se baja y sube al niño sobre la mula mientras siguen el camino.

Cuando pasan por otro caserío, la gente critica el hecho que el niño va sentado en la mula mientras el pobre abuelo pasa tanto trabajo. Frente a tanta crítica contradictoria, entonces deciden subirse los tres juntos en la mula.

Pasan felices por otro caserío y entonces los habitantes se quejan porque tanto peso es demasiado para la pobre mula. Cabizbajos los tres se bajan de la mula y se ponen a caminar.

Cuando finalmente llegan a su destino, la gente en la plaza se burla de ellos: “que idiotas, venirse caminando en lugar subirse en la mula”.

Lamentablemente en nuestra sociedad estamos acostumbrados a criticarlo todo, sin analizar, sin tratar de ver las cosas desde otra perspectiva, sin percatarnos de que en todas las situaciones existen cosas positivas. Muchas veces caemos en constantes contradicciones, como ocurre en esta historia. Las críticas que les hacemos a los demás nos convierten en victimarios ya que la mayoría de las veces, bajo la excusa de que se trata de una “crítica constructiva”, en realidad lastimamos a la otra persona.
También somos víctimas de las críticas que nos hacen los demás, pero esto sólo ocurre cuando les hacemos caso, como en esta historia. En lugar de prestarle atención a las críticas insensatas, debemos tomar nuestras decisiones con criterio propio y actuar en consecuencia con voluntad y firmeza.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Quiero ser un televisor

En la oscuridad de su habitación un niño junta sus manos, cierra los ojos y eleva su plegaria a Dios:

“Querido Jesús, yo quisiera que mañana temprano me conviertas en una televisión. Debe ser fantástico.

En la casa hay rincón especial para la televisión. Es el único sitio donde nos reunimos todos en familia, aunque no conversamos ni nos miramos mutuamente. Allí a la única que se le permite hablar es a la televisión y todos, papá, mamá y mis hermanos, no dejan de observarla ni un solo instante. Que suerte tiene la televisión.

Cuando llego del colegio mi mamá está preparando el almuerzo. Yo quiero contarle todo lo que ha pasado durante la mañana, pero ella me dice que en ese momento no puede prestarme atención. Yo comprendo, mientras ella cocina, observa cuidadosamente a dos personas hablando por la televisión y si yo la interrumpo se le puede quemar la comida. A veces siento celos de la televisión.

Cuando papá llega a la casa dice que está cansado, que no lo molesten y se instala frente al televisor. Si yo me acerco a contarle algo se pone de mal humor, me manda a callar y no me hace caso. En cambio la televisión puede decirle cualquier cosa y el sigue prestando atención sin interrumpirla, sin ponerse bravo. En ocasiones hasta come frente al televisor para no perderse nada de lo que ella dice. La televisión debe sentirse muy bien.

Cuando yo estoy fastidiado y quiero jugar con mis hermanos, ellos me dicen que no los interrumpa con niñerías, que están viendo televisión y que si quiero estar allí debe ser en silencio y sin molestar. La televisión debe divertirse mucho con mis hermanos.

Debe ser maravilloso sentirse el centro de atención de toda la familia, así que, querido Jesús, mañana en la mañana yo quiero ser un televisor.”

¿Cuántas veces no le hemos dedicado el tiempo que nuestros padres, nuestros hermanos, nuestro cónyuge y nuestros hijos se merecen, todo por ver televisión, jugar con consolas de videos, navegar por Internet, hablar por teléfono o estar pendientes de los mensajes de texto? En teoría queremos más a nuestros seres queridos, pero en la práctica muchas veces dedicamos más tiempo, espíritu y energía a las cosas en lugar de a las personas. ¿Cuáles son realmente nuestras prioridades?

martes, 3 de agosto de 2010

La vida y la taza de café

En una convención de ingenieros se reencontraron siete antiguos compañeros de una de las más prestigiosas universidades del país. Aunque cada uno se había graduado en una especialidad diferente, les unían el haber sido excelentes estudiantes y el haber desarrollado una prestigiosa carrera profesional que les permitía gozar de beneficios y lujos superiores al común de las personas. Durante la conversación recordaron repentinamente al profesor que les había dado a todos la bienvenida a la universidad. Era un extraordinario hombre que con sus enseñanzas marcaba la vida de cada uno de los alumnos que pasaba por su aula. Uno de ellos informó que, aunque se había jubilado, seguía dando clases. Como vivía cerca del lugar, decidieron llamarlo para ir a visitarlo al final de la tarde. Todos pensaron que era una buena oportunidad para mostrarle al profesor en qué se había convertido.

Unas horas después, los siete profesorales entraban por el pasillo que conducía a la amplia pero acogedora sala de estar. El viejo profesor estaba radiante de verlos y empezó a preguntarles como eran sus vidas. Rápidamente la conversación empezó a girar en torno a sus trabajos, las rabietas, las horas extras y fines de semana perdidos en la oficina, los continuos problemas, los jefes insufribles, los empleados ineptos, y toda la variedad de dolencias que había sufrido debido al estrés excesivo. Aunque las situaciones vividas no eran las mejores, todos coincidían en que tales sacrificios eran necesarios para alcanzar y mantener su nivel de vida, así como todas las comodidades que habían alcanzado. Entonces empezaron a hablar de grandes casas y quintas, de carros lujosos, viajes, negocios, fincas, joyas, fiestas, etc.

Haciendo una pausa, y con su acostumbrada humildad, el viejo profesor se levantó para ofrecerles un café. Entró a la cocina y salió con una jarra repleta del preciado líquido recién colado y ocho tazas. Lo curioso fue que no trajo dos tazas iguales. Se diferenciaban por sus colores, por sus formas y por sus acabados que abarcaban desde la más fina pintada a mano y otra con reborde dorado, hasta las más sencillas, rústicas y baratas. También variaban sus materiales: porcelana, cerámica, cristal, barro, peltre, plástico, vidrio y hasta un vasito desechable.

Una vez que la bandeja estuvo en el centro de la mesa, todos se apresuraron para servirse de café, mientras el profesor observaba pacientemente. Como era de esperarse, los primeros tomaron rápidamente las tazas más bellas y refinadas, mientras que los últimos tuvieron que conformarse con las que quedaban. Entonces, el profesor tomó la palabra y les dijo:
- Si observaron bien, las primeras tazas en acabarse fueron las más lindas, las más finas, y aquellos que se sirvieron al final tuvieron que conformarse, sin mucho agrado, con las más humildes. A mí me dejaron el vasito desechable. Esto es normal, cada quién quiere lo mejor para sí mismo. Pues bien, todos se preocuparon por el envase, pero realmente no importa el color, lo lujoso o el material del cual están hechas las tazas, el café que todos se sirvieron es exactamente el mismo, y tendrá en sus bocas el mismo sabor sin importar el recipiente. Todos querían café, pero se dejaron distraer por las características de las tazas y pocos se ocuparon de disfrutar realmente lo que estaba dentro de ellas. Esto es lo que pasa muchas veces en nuestras vidas.
Y ante el silencio reinante prosiguió:
- Imaginen ahora que el café es la vida y que las tazas son las cosas que nos rodean. Casi siempre nos preocupamos por las tazas, es decir por tener la mejor casa, el trabajo más lucrativo, el carro más lujoso, el club de mayor estatus social, la ropa que está de moda, la computadora y el celular último modelo, etc. Y como todo eso nos absorbe tanto tiempo y esfuerzo, nos olvidamos de disfrutar del café, es decir de disfrutar la vida misma. Así dejamos de pasar tiempo con nuestra familia, de divertirnos con nuestros hijos, de compenetrarnos cada día más con nuestra pareja, de crecer emocional y espiritualmente como persona, de deleitarnos con un amanecer o un atardecer, de regocijarnos por todos los detalles que nos ofrece a diario la naturaleza. Los días transcurren y nos preocupamos más por tener cosas que mostrar y almacenar en lugar de dedicarnos a vivir cada instante a plenitud. En definitiva, por concentrarnos sólo en la taza dejamos de disfrutar el café.

viernes, 30 de julio de 2010

Siempre existen más opciones de las que aparentan

Unos 200 candidatos para trabajar en una importante empresa se encontraban realizando las entrevistas y pruebas que la gerencia necesitaba para la selección definitiva. Uno de los test planteaba el siguiente problema:

Estás manejando un deportivo rojo dos puestos último modelo. Es de noche y llueve a cántaro desde hace más de seis horas. En buena parte de la ciudad se ha ido la luz y las telecomunicaciones no están funcionando. Cuando llegas a un semáforo, divisas que en la parada de autobús hay tres personas esperando, pero es más de media noche y el transporte público ya no trabaja más. Cuando te aproximas ves que se encuentra un viejo amigo tuyo que dos años atrás salvó tu vida de una muerte segura. A su lado está sentada una mujer anciana que se ve muy pálida, con escalofríos y una tos espantosa. No hay duda de que debe ir de inmediato al hospital o morirá. La tercera persona es el hombre (o mujer) de tu vida. Fue un flechazo a primera vista y sabes que si no aprovechas ese instante y la dejas ir, más nunca volverás a verla ni a conseguir otra persona igual. Entonces, tienes un solo puesto en carro, no puedes llevar sino a una persona ¿Qué haces?: (selecciona una sola opción)

  1. Te llevas al amigo que te salvó la vida
  2. Te llevas a la anciana para salvarle la vida
  3. Te llevas al hombre (o mujer) de tu vida
Cada una de los candidatos realizó su selección, algunos lo hicieron a conciencia, otros lo pensaron bien y pusieron lo que creían que era más adecuado para conseguir el trabajo. Unos pocos se quejaron de que eso era un caso extremo e irreal o una suerte de trampa emocional, a pesar de lo cual seleccionaron una de las opciones.

Solo una persona dejó las opciones en blanco y agregó una nota:
Yo le daría el carro a mi amigo para que llevara a la anciana a un hospital, y me quedarían en la parada de autobús junto a la mujer de mi vida.
Esta persona fue la que obtuvo el empleo.


En muchas ocasiones solemos pensar en blanco o negro, en bueno o malo, en si o no, en grande o pequeño, en gordo o flaco, en izquierda o derecha, es decir en dos dimensiones. Cuando mucho buscamos un punto intermedio o central, pero que de alguna manera siempre nos ubica en el medio de una línea recta imaginaria entre las dos alternativas extremas, de manera que seguimos pensando en dos dimensiones. Buscar más opciones se nos hace difícil, llegamos a una “zona cómoda” de la que nuestros pensamientos no desean salir. En realidad podemos ser más creativos cuando nos plantean un problema sin adelantarnos ninguna solución posible que cuando frente al mismo problema nos dan a escoger entre varias opciones. Entonces nos concentramos en cual de las opciones debe ser la más adecuada y nos olvidamos que quizás existe otro camino diferente a los ya planteados.

jueves, 29 de julio de 2010

No hacen falta pruebas de que Dios existe

En cierta ocasión un afamado astronauta se encontró con el prestigio médico que tiempo atrás lo había operado. En el transcurso de la conversación el astronauta afirmó:

- Estoy convencido de que Dios no existe.

- ¿Porqué? ¿Cómo es eso? – preguntó el médico.

- Viajé varias veces por el espacio, viví seis meses en la estación espacial, pasé horas enteras escudriñando el espacio, pero jamás vi a Dios.

El médico se quedó pensando unos segundos y repuso:

- Pues sabes que los pensamientos tampoco existen

- ¿Cómo?

- Pues bien, sabes que soy neurocirujano. He abierto y operado cientos de cerebros, inclusive el tuyo, y por más que he buscado, jamás llegué a ver o a tocar un pensamiento.

- Pero es que un pensamiento no es algo tangible, no es algo que se pueda ver y tocar a placer – replicó el astronauta – Los pensamientos existen, sin necesidad de que tengas pruebas físicas en tus manos.

- ¿Y que te ha hecho pensar que con Dios es diferente? ¿Y porqué quieres ver y tocar a Dios para convencerte que existe?

miércoles, 28 de julio de 2010

Los dos lobos dentro de tí ¿A cual alimentas?

Dejando su pipa a un lado, el viejo indio levantó la mirada y todos los niños de la tribu que estaban sentados a su lado guardaron silencio. Como tantas otras noches, estaban a la expectativa de que el anciano les brindara uno de los cuentos con los que solía transmitir la sabiduría que su tribu había atesorado desde hacía cientos de años.

Solo se escuchaba el rumor de la suave brisa y los sonidos que producían las llamas de la pequeña fogata que los calentaba.

- ¿Saben? – comenzó diciendo -, dentro de cada uno de nosotros existen dos lobos. Uno de ellos es malo, está cargado de odio y rencor, quiere dominarnos por la fuerza, es vengativo, arrogante y violento. En cambio, el otro lobo es bueno, trae consigo la compasión y la serenidad, no quiere dominarnos sino que seamos reflexivos, es sabio, justo y amoroso. Constante estos dos lobos pelean dentro de nuestros corazones.

El indio hizo una pausa para darle una bocanada a su pipa, cuando uno de los niños rompió el silencio para preguntar:

- ¿Y cual de los dos lobos gana la pelea?

Con mucha dulzura el anciano miró al niño, respiró profundo y le dijo:

- En algunas personas, gana el bueno, pero en otras gana el malo. Todo depende de a cual lobo alimente cada quién.

martes, 27 de julio de 2010

Ayudar no es hacer todo el trabajo del otro

En el amplio patio de juego de un colegio, un joven que estaba en silla de ruedas quiso hacer una maniobra algo arriesgada y terminó en el suelo, a un lado de su silla. Rápidamente trató de reincorporarse haciendo fuerza con sus brazos y apoyándose la silla. Pero el freno de las ruedas no estaba puesto por lo que la silla empezó a moverse oscilando de adelante hacia atrás y viceversa, hasta que se súbitamente se volteó.

Mientras esto ocurría se acercaba apresuradamente al joven un maestro que desde el otro lado del patio había presenciado lo ocurrido. Cuando el maestro llegó, se percató que el joven no se había lesionado gravemente

- ¿Estás bien? – preguntó el maestro.

- Si – respondió el joven.

Pero al ver que el maestro se quedaba a su lado sin hacer nada, el joven extendió los brazos y le dijo:

- Ayúdeme, por favor.

- No, jovencito, usted puede hacerlo solo.

El joven protestó, lloriqueó, pataleó, amenazó, utilizó todos los recursos emocionales y de chantaje que a lo largo de los años había aprendido para manipular a sus padres y amigos. Pero nada de eso funcionó. El maestro seguía a su lado sin ayudarlo y sin dejar que sus compañeros se acercasen a él. Finalmente, viendo que no tenía más opciones, continuó con su intento de pararse por su propia cuenta. Primero enderezó la silla haciendo un increíble juego de palancas con sus brazos y dos tubos del artefacto. Luego, recordando lo ocurrido minutos atrás, aseguró los frenos de ambas ruedas para que la silla no se volviera a mover. Finalmente y tras un increíble esfuerzo se sentó en el suelo, con las manos agarrando firmemente de los apoyabrazos alzó su cuerpo al la par que iba contorsionando su tronco para enderezar el cuerpo y terminar sentado en la posición correcta. Mientras acomodaba sus piernas en los apoya pie de la silla, miró con rabia al maestro, increpándole:

- Usted no es bueno, no me ha ayudado.

Soltó los frenos y empezó a retirarse. El maestro se quedó en el lugar viendo cómo se alejaba poco a poco, mientras que sus compañeros empezaron a rodearlo y aplaudirle. De repente el joven se detuvo, se volteó y le dijo al maestro con una lágrima corriendo por su mejilla:

- Gracias, sin su ayuda no lo hubiera podido hacer solo.

lunes, 26 de julio de 2010

¿Antigüedad o meritocracia?

Mike tenía ya cuatro años en la empresa, destacándose como un trabajador ejemplar: era respetuoso, cumplía a cabalidad con su horario, nunca faltaba, hacía todo lo que le solicitaran y en ocasiones trabajaba los sábados o se quedaba hasta más tarde para terminar las cosas urgentes. Tenía grandes esperanzas de obtener un ascenso en la empresa cuando quedó vacante la plaza de un supervisor, sin embargo el puesto fue ocupado por Tomás, un compañero suyo que apenas tenía seis meses en la empresa.

Desilusionado y rabioso, tomó la determinación de hablar con el gerente para reclamar lo que él consideraba una gran injusticia. Cuando atravesó la puerta de la oficina, el gerente lo invitó a sentarse y le preguntó:

- Dime Mike, ¿Qué quieres?

- Con todo respeto – contestó Mike – vengo a mostrar mi desacuerdo por la designación de Tomás como supervisor. Él solo tiene seis meses en la empresa, en cambio yo tengo más de cuatro.

Espera un momento – dijo el gerente sin alterarse –, antes que continúes tengo que pedirte un favor urgente. Como sabes, en dos horas tendremos una reunión con todos los empleados de la empresa y nos faltan varias cosas. ¿Podrías ir a la librería que está cruzando la calle y averiguar si tienen carpetas azules.

Sin protestar, Mike salió un momento para cumplir con lo encomendado y regresó rápidamente.

- Cuéntame – dijo el gerente.

- Si, tienen las carpetas azules – dijo Mike.

- ¿Y cuanto cuestan?

- No pregunté.

- Bueno, no importa. Pero ¿tienen 150 para que alcancen para todos nosotros?

- Tampoco pregunté eso – respondió Mike –, pero si quiere voy un momento a averiguarlo y ya regreso.

- No, no hace falta. Gracias de todos modos. Siéntate que ya vamos a continuar con nuestra conversación. Pero antes dame unos minutos.

De inmediato el gerente llamó a Tomás y frente a Mike le pidió exactamente el mismo favor. Tomás se fue y poco tiempo después volvió.

Señor – dijo sin muchos rodeos –, si, tienen las carpetas azules que usted pidió y alcanzan para todo el personal. Buscando otras opciones, vi otras carpetas que aunque son de color verde me parecen de mejor calidad y cuestan cerca de 30 % menos. Aquí tiene el presupuesto de ambas opciones. También averigüé que si compramos junto con las carpetas los bloc de 50 hojas y los bolígrafos nos pueden hacer un descuento adicional. Tienen bolígrafos de tinta azul o negra, a nuestra conveniencia. Como les dije que es bastante urgente, ellos pueden preparar todo el material en menos de una hora e incluso traérnoslo si les tenemos el cheque listo. Basta con llamarlos a este número para confirmar el pedido.

Muy bien, dame unos minutos y te notifico la decisión – respondió el gerente, quién de inmediato dirigió su mirada a Mike –. Disculpa la demora, esto era urgente. Ahora si, dime, ¿de qué querías hablarme?

sábado, 24 de julio de 2010

El rencor, una carga para nosotros mismos

En un antiguo monasterio, el monje más sabio convocó a todos los aprendices a una reunión en el área de la cocina. A medida que fueron llegando los jóvenes, el maestro les fue entregando a cada uno un saco de lona desteñida. Cuando todos se colocaron alrededor de la mesa central el monje les dijo:

- Todos guardamos en nuestro corazón diversos rencores contra familiares, amigos, vecinos, conocidos, desconocidos y a veces hasta contra nosotros mismos. Busquen en el fondo de sus corazones todas las ocasiones en las cuales ustedes han dejado de perdonar alguna ofensa, algún agravio o cualquier acción que les haya producido dolor. Entonces tomen una de estas papas, escriban sobre ella el nombre de la persona involucrada y colóquenla en el saco que les di. Repitan esta acción hasta que ya no encuentren más casos en su memoria.

Acatando las instrucciones, todos fueron llenando poco a poco sus respectivos sacos. Al terminar el monje agregó:

- Ahora deberán cargar el saco que llenaron durante todo el día a lo largo de dos semanas, sin importar dónde vayan o qué tengan que hacer.

Pasados quince días, el sabio volvió a reunir a los aprendices y les preguntó

- ¿Cómo se han sentido? ¿Qué les ha parecido esta experiencia?

- Es una carga realmente pesada, tal vez excesiva. – Respondió uno – Estoy cansado y me duele la espalda.

- No es tanto el peso, sino el olor nauseabundo que empiezan a emitir la papas que ya están podridas – replicó otro.

- Cuanto más pensaba en las papas, más me pesaban y más sentía ese desagradable olor – dijo un tercero.

A lo que el maestro contestó:

- Pues bien, eso mismo es lo que pasa en nuestros corazones y en nuestro espíritu cuando en lugar de perdonar guardamos rencor. Al no perdonar a quién nos hirió, creemos que le estamos haciendo daño, pero en realidad nos perjudicamos a nosotros mismos. No sabemos si al otro le importa o no recibir nuestro perdón, pero lo que si es cierto es que el rencor que vamos acumulando a través del tiempo afecta nuestra autoestima, nuestra capacidad de vivir a plenitud, de amar, de ser felices y de desarrollarnos emocional y espiritualmente. El rencor se convierte en una fuerte y desagradable carga que lamentablemente se va haciendo más pesada cada vez que pensamos en lo ocurrido. El rencor va secando nuestro corazón. Aprendamos a perdonar al otro aún si no se ha disculpado, aún si no se lo merece. No sabemos si ese perdón será de utilidad para el otro, lo importante es que con toda seguridad nos fortalecerá a nosotros mismos.

viernes, 23 de julio de 2010

Hijo, ¿Por qué nos mientes?

Juan era un joven como muchos otros: mentía. Si, mentía con frecuencia y por cualquier cosa. Sus padres se habían percatado de ello, pero era poco lo que hacían al respecto. De vez en cuando le llamaban la atención o lo reprendían levemente, aunque lo común era que se hacían de la vista gorda. Creían que se trataba de algo pasajero y que pronto dejaría de hacerlo. Pero no fue así. Cada vez sus mentiras se volvieron más complejas y afectaban a todos los que lo rodeaban.

Un día llegó a casa con una mentira que involucró gravemente a su hermano menor. Fue la gota que derramó el vaso. Sus padres se pusieron furiosos y perdieron la compostura. Sin medir sus palabras acusaron al joven de mentiroso, de desagradecido, de no querer a su familia. Juan se sintió acorralado y optó por callar mientras sus padres alterados seguían vociferando cualquier cantidad de preguntas, cuestionamientos y amenazas.

Mientras su madre acusaba a la escuela y las maestras por no haberle enseñado el valor de decir la verdad y por no haberlo corregido a tiempo, la mente de Juan empezó a divagar. De repente recordó que una vez, cuando era niño, había salido con su madre al mercado. En el camino se detuvieron frente a una tienda donde ella se compró una hermosa blusa. Luego continuaron su camino y cuando llegaron al mercado el dinero no alcanzó para todo lo que tenían que comprar. Al llegar a la casa ella le dijo a su esposo que no le había dado suficiente dinero, que las cosas habían subido mucho de precio y que ya la plata no alcanzaba para nada… pero no le dijo que se había comprado la blusa. Luego le vinieron a la mente diversas ocasiones en la que ella le había dicho a su papá que había pasado toda la tarde limpiando y ordenando la casa, cuando en realidad había visto todas las novelas de la tarde.

Continuaba la discusión en la casa. El padre de Juan también tenía culpables. Las mentiras debían ser fruto de las malas influencias de los vecinos y sus amigotes del colegio que nunca le dieron buena espina. En ese momento Juan recordó las numerosas veces que al sonar el teléfono su padre le decía que atendiera y que si era fulanito o sutanito le dijera que todavía no había llegado a la casa o que estaba durmiendo. También recordó las veces que su papá le había dicho a su mamá que estaba en el trabajo, cuando en realidad iba a un bar con sus amigos.

Cuando ya las cosas se fueron calmado en la casa, sus padres se sentaron frente a él, lo miraron a los ojos y le preguntaron con serenidad:

- Hijo ¿Por qué nos mientes?

Juan los miró a los ojos y aunque nunca contestó, en su mente apareció claramente la respuesta:

- ¡Porqué ustedes me enseñaron!

miércoles, 21 de julio de 2010

Dios siempre está presente

En cierto pueblo vivía Pedro, un hombre que creía fervientemente en Dios.

Un día empezó a llover y al ver que se aproximaba una fuerte inundación, todos los lugareños decidieron abandonar el lugar y ponerse a buen resguardo. Cuando pasaron por casa de Pedro, éste les dijo que se quedaba ya que “Dios lo iba a salvar”. No hubo manera de convencerlo, Pedro se quedó y todos los demás se fueron.

Transcurrieron las horas y el nivel del agua subió más de metro y medio. En eso pasó por casa de Pedro un hombre en su pequeño bote. Le ofreció un espacio para que se subiera, pero Pedro se negó nuevamente ya que “Dios lo iba a salvar”. Sin entender la actitud de Pedro, el hombre siguió navegando en búsqueda de otros a quienes ayudar.

Seguía lloviendo a cántaros y pronto el agua obligó a Pedro a subir sobre el tejado de su vivienda. En eso llegó un helicóptero de rescate que sobrevolaba la zona. Una vez más Pedro se negó a partir ya que “Dios lo iba a salvar”.

Pero la fuerza de la naturaleza fue implacable, destruyó la casa y se llevó consigo la vida de Pedro.

Como era un buen hombre, el alma de Pedro subió al cielo donde se encontró con Dios. Al verle, Pedro le preguntó entristecido:

- Toda mi vida creí en ti y seguí la senda del bien. Fervientemente estaba convencido que me ibas a salvar, pero no fue así. Ahora yo estoy aquí, mientras que mis seres queridos lloran mi muerte. ¿Por qué no me salvaste de aquella tragedia?

Con mucha dulzura, Dios le respondió:

- Hijo mío, claro que traté de salvarte: envié primero a tus vecinos, luego a un buen hombre con su bote y finalmente a un helicóptero de rescate, sin embargo en cada ocasión tú te negaste a recibir la ayuda.