lunes, 11 de octubre de 2010

Las horas de Brian.

Brian era un hombre muy exitoso y su vida era envidiada por muchos. Desde hacía varios años se perfilaba como uno de los mejores consultores financieros de la ciudad. Su agenda estaba constantemente ocupada y sus clientes debían esperar semanas y en ocasiones hasta meses para ser atendidos. Ganaba mucho dinero, era accionista de un importante club de la alta sociedad, tenía un bote en la marina y había comprado una casa grande y lujosa en la que vivía junto con su hermosa esposa y sus dos hijos de 10 y 12 años. A sus seres queridos no les faltaba nada, bastaba con que le pidieran algo y de inmediato eran complacidos. Todo parecía perfecto, sin embargo no le alcanzaba el tiempo. Como la clientela había crecido tanto, la apretada agenda se había convertido en el centro de su vida, teniendo que sacrificar hasta el poco tiempo libre que tenía para atender los asuntos laborales. Llegó a estar tan copado que llegaba muy tarde a casa y salía de madrugada, y casi todos los fines de semana tenía que asistir a diversos compromisos sociales que no eran otra cosa sino seguir trabajando en la informalidad de unos bermudas en la barra de algún prestigioso restaurante de la ciudad. Era poco el tiempo que le quedaba para compartir con los chicos y la relación con su esposa estaba peligrosamente estancada. Tanto ella como los niños le pedía que pasara más tiempo con ellos, pero siempre surgía algún compromiso ineludible y al partir él les decía que no se preocuparan, que la semana siguiente tendrá tiempo para ellos.

Una tarde, Brian levanta el teléfono y le pide a su secretaria que haga pasar a su próximo cliente. Dos minutos más tarde se abre la puerta de la oficina y entra su esposa diciendo

- Hola cariño, ¿cómo estás?

- Hola mi amor, ¿qué haces aquí? - Contestó Brian con cierta sorpresa en su rostro.

- Vine a hablar contigo - respondió la mujer con mucha dulzura

- ¿Ahora? - dijo bruscamente - No creo, es decir no puedo. Tres nuevos cliente han reservado mi tiempo esta tarde y creo que no tienes idea de lo que cobro por una tarde de consultoría.

Sin darle tiempo a que su esposa responda, Brian se puso de pie y con grandes zancadas salió de la oficina hacia la recepción. Al llegar encontró a sus dos hijos sentados con sus cabezas hundidas en sendas revistas y balanceando las piernas inquietamente. Detrás de él llegó su esposa sin perder la calma.

- ¿Qué está pasando aquí? - preguntó extrañado a su secretaria - ¿Dónde están mis clientes?

- Estos dos niños y la señora que acaba de pasar son los nuevos clientes que reservaron toda la tarde - dijo la secretaria sin comprender lo que pasaba.

Los niños levantaron la vista, esbozaron una gran sonrisa y se pararon velozmente

- ¡Hola papi! - dijo el primero

- ¡Hoy vamos a ser tus clientes! - dijo el más pequeño mostrándole una alcancía repleta de monedas y billetes.

Sin comprender, Brian dirigió entonces la mirada a su esposa en busca de respuestas.

- Fue idea de los niños - dijo la mujer con dulzura y emoción - Siempre me preguntan ¿por qué papá no nos acompaña? Y siempre les contesto lo mismo que tu les dices: que tu tiempo vale oro y que ahora no puedes porqué estás con un cliente que te pagará mucho. Un día me preguntaron cuanto ganabas por hora y cuando se los dije me propusieron un plan. Hace meses que están ahorrando su mesada con la idea de pagarte un par de horas de consultoría para que estés con ellos y les dediques algo de tiempo. Las otras horas que falta hasta que llegue la noche las pagaré yo, porqué también las necesito.

¿Cuántas veces dejamos de dedicarles tiempo a nuestros seres queridos?. Es cierto que hay que trabajar para vivir, pero con frecuencia no sabemos poner límites. Trabajamos horas extras, salimos a compartir con los compañeros para liberar el estrés, vamos de compras, a ver un partido, a tomar un trago, al gimnasio y/o a la peluquería. Cuando llegamos temprano a casa nos ocupamos de las cosas del hogar o si estamos cansados nos sentamos frente a la televisión, la computadora y jugamos con el celular en lugar que compartir tiempo con nuestros hijos y nuestra pareja. Estamos todos viviendo bajo el mismo techo, pero compartimos como si fuéramos extraños. Olvidamos que una de las experiencias más hermosas que nos da la vida es disfrutarnos mutuamente como familia.


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jueves, 7 de octubre de 2010

Afilando el hacha

Llegó un joven fornido a trabajar como leñador en un aserradero. Armado con el hacha que le proporcionaron, trabajó árduamente y consiguió talar 20 árboles, dos más que cualquiera de sus compañeros...

Al día siguiente, con actitud ganadora dijo: "hoy cortaré 25", pero al final del día solo logró talar 15 ámboles, algo menos que el resto de sus compañeros..., "debe ser porque los árboles de esa ladera tienen el tronco más grueso", pensó...

Al tercer día, llegó igual de entusiasmado, pero solo logró cortar 10 árboles. A lo lejos, el capataz lo observaba sin decir palabra alguna.

El cuarto día tenía que ser diferente, pensó el joven, así que llegó dos horas antes para lograr su objetivo... pero no avanzó. Al terminar el día se dirijió al capataz diciéndole:

- Renuncio, no sirvo para esto, el primer día tuve suerte de principiante, pero pasan los días y aunque me esfuerzo más que nadie, ahora no lo logro y cada día corto menos árboles.

- ¿Afilaste el hacha? - preguntó el capataz.

- ¡No! - respondió - no tengo tiempo para eso, no puedo bajar el ritmo.

- Muchacho, si no afilas el hacha, jamás lograrás cortar todos los árboles que te propongas, hay que tomarse el tiempo, no es solo actuar enérgicamente con todas tus fuerzas, también es prepararse para eso, así que vuelve mañana, afilas tu hacha por la mañana antes de iniciar, afilas tu hacha por la tarde al terminar de almorzar y verás que lograrás mejores resultados.
Afilar el hacha es diferente para cada persona, para cada profesión, para cada situación, pero sin duda es necesario para todos... Para unos puede significar que dedique tiempo para planificar antes de ejecutar, o tiempo para estudiar, formarse y capacitarse en temas que requieren, mientras que para otros puede ser tomarse un tiempo para reflexionar, analizar y relajarse antes de seguir adelante. Sea como sea, afilar el hacha es detenerse un momento, dejar el automatismo de nuestro accionar diario, y hacer algo concreto que nos ayude a centrarnos en lo importante en lugar de lo urgente, en la calidad en lugar de la cantidad, en el propósito en lugar de hacer las cosas por rutina.

viernes, 1 de octubre de 2010

Un peso en la espalda

Dos monjes partieron de un convento a otro que se encontraba en una lejana cordillera montañosa. La travesía a pie les llevaría varios días. A medio camino se llegaron a un río cuyo viejo puente peatonal se había podrido y caído meses atrás, por lo que los habitantes del lugar debían atravesarlo metiéndose en sus aguas. En la orilla se encontraba una joven mujer que lloraba desconsoladamente. Cuando los monjes se acercaron ella les dijo sollozando:

- Mi madre está muy enferma y tengo que ir a su encuentro, pero había llovido mucho y el río está muy crecido. Traté de cruzar, pero la corriente es muy fuerte y no se nadar. ¿Qué va a ser de mi madre?

- No se preocupe –dijo el más sabio de los monjes – yo la ayudaré. Súbase a mi espalda y agárrese duro.

El monje más joven no daba crédito a sus ojos, por sus votos ellos tenían prohibido tocar siquiera a una mujer y ahora veía a su compañero romper flagrantemente una de las reglas más sagradas. Cuando iba a decir algo, la mirada del otro monje le hizo saber que era mejor callar. Con mucho esfuerzo llegaron a la otra orilla, la mujer se bajó mostrándose eternamente agradecida y los dos monjes siguieron su camino. Mientras el monje sabio hablaba, cantaba, oraba y disfrutaba con emoción de toda la travesía, el monje más joven permaneció serio, en completo silencio, absorto en sus pensamientos. Dos días más tarde, cuando estaban a punto de llegar a su destino, el monje más joven finalmente habló:

- Tú fuiste mi maestro, me enseñaste muchas cosas, estuviste a mi lado cuando juré mis votos y me prometiste ayudarme a cumplirlos. Pero hace dos días no solo tocaste a una mujer, sino que hasta la cargaste en tus hombros por un buen trecho. ¿Qué vas a decirle al Abad cuando lleguemos?, ¿cómo nos afectará este hecho?, ¿seremos sancionados?

- Si, ciertamente la cargué ya que ella realmente necesitaba que la ayudaran – replicó el sabio con mucha dulzura en su voz –, sin embargo hace dos días que la dejé atrás y no hago otra cosa sino disfrutar de toda la maravillosa naturaleza que Dios ha creado para nosotros. De ese hecho ya ni me acuerdo, en cambio tú, mi joven amigo, ni siquiera llegaste a rozarla y todavía la cargas sobre tus hombros.

Cuántas veces no cargamos sobre nuestros hombros culpas y problemas del pasado que lo único que nos ofrecen son fuertes cargas emocionales que se convierten en un lastre para nuestro presente y nuestro futuro.


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