jueves, 7 de octubre de 2010

El desconfiado en el desierto.

Dos hombres que necesitan ir de una ciudad a otra, deciden cruzar a pie el desierto que las separa para acortar camino y no tener que dar una enorme vuelta que les llevaría unas dos semanas a pie. Con varias cantimploras llenas de agua emprenden su andar bajo el sol inclemente. A los dos días se dan cuenta que tienen agua suficiente, pero ninguno trajo comida. Preocupados y cabizbajo, siguen caminando hasta que uno de los dos divisa una vieja y dañada carreta llena de enlatados en su interior. Están eufóricos, pero tras muchos intentos empiezan a desesperarse ya que no hallan la manera de abrir ninguna de las latas. Cansados y desanimados, deciden que uno de los dos regresará al pueblo a buscar un abrelatas y más agua, mientras que el otro se quedará cuidando el preciado tesoro que acaban de encontrar. El primero se despide calculando que en 3 días estará de vuelta. El que se quedó empieza a contar primero las horas y luego los días: 1, 2, 3... al quinto día, preocupado y casi moribundo decide intentar nuevamente abrir siquiera una de las latas para no morir de hambre. Con las pocas fuerzas que le quedaban levanta una pesada piedra y cuando está a punto de lanzarla sobre una de las latas surge detrás de una gran roca el primer hombre gritando:

- ¡Detente, traidor, detente!

- ¡Llegaste, por fin llegaste! - contestó el otro- ¿Qué te pasó?

- Nunca me fui. Yo sabía que no podía confiar en ti. He estado todo este tiempo vigilándote detrás de esa roca y ahora te he descubierto infraganti, con las manos en la masa.

- ¿No fuiste al pueblo? ¿No buscaste el abrelatas? ¡Claro, tampoco trajiste agua! Ahora, por tu desconfianza los dos estamos destinados a morir en este desierto.

Ciertamente en más de una oportunidad es posible que hayamos sido traicionados por alguien, pero no por ello debemos empezar a desconfiar de todos en todo momento. Tal como en el cuento, se nos puede ir la vida por desconfiar siempre de la gente.

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